La noche americana es rodar una escena de noche, pero en pleno día. Poniendo un filtro delante del objetivo.
Un truco. Un artificio. La nieve no cae del cielo, es una fiesta triste donde ríen los cañones de espuma. Así es el séptimo arte. No te engaño. Las mentiras son divertidas. ¿Quieres destriparlas? ¡Matarife! El cine dentro del cine tiene pinta de ser mucho más entretenido que escribir sobre cómo se forja una novela, ¿no? Eso sería ver crecer la hierba sin anuncios de televisión. Un escritor frente a su máquina de escribir o tecleando en el ordenador durante horas. Ufff… ¿te lo imaginas? Hemingway en calzoncillos o Carmen Laforet peinándose mientras busca la palabra adecuada.
La noche americana es la historia de un rodaje, el realizador Ferrand (Truffaut) filma un enredo que a primera vista, parece aburridísimo… ¡una castaña!, y que se titula Je vous présent Pamela. Un joven se casa con una mujer inglesa y, tres meses después, decide presentársela a sus padres. Aquí llega el conflicto, la joven se enamorará de su suegro. ¡Perversión!
Aprovechando los ensayos, echamos una ojeada a la trastienda, atravesamos la sábana blanca vertical aún con el sabor a palomitas en la boca. Y, ¿qué nos encontramos en este mundo de Oz? Las excentricidades de los famosos, problemas de presupuesto, la peculiar atmósfera que se crea entre todos los miembros del equipo, los sacrificios, las improvisaciones, los imprevistos, actores que fallecen, otros que huyen del set de filmación, gatos rebeldes que se niegan a aprenderse su papel, celos, traiciones, infidelidades.… y el ajetreo. Mucho ajetreo. Caos. Dulce locura.
El director francés rinde vasallaje a su oficio: el cine. Un arte rebosante de vino y rosas. ¿Por qué François Truffaut no realizó un documental al uso, o un making of de otra de sus obras para homenajear al cine? Porque es un cinéfilo empedernido, y por las noches no sueña con robar bancos o ser tesorero de algún partido político, fantasea con arramplar los carteles de un cine donde se proyecta Ciudadano Kane. Muy tierno.
La noche americana es una película agridulce que respira realismo y veracidad, entretenida, con toques de humor, créeme, que no te engañe su origen finolis francés. No es pretenciosa, es interesante, original y didáctica. El fabricante de ronquidos soy yo, y encima casi vacío mi bolsillo de adjetivos… Sin embargo, si tuviera que escudriñar entre la filmografía del autor de Jules et Jim, no estaría entre mis “niñitas mimadas”. Eso sí, su visión es indispensable para cualquier devoto del celuloide, o para ese estudiante con barba frondosa y gafas de pasta que idealiza a Spielberg. “El director de una película es alguien al que le hacen preguntas todo el tiempo”. Apunta, Steven.
Cuanto más veo y leo de este crítico parisino, más me aferro al libro de entrevistas, El cine según Hitchcock, al guion de Al final de la escapada y por supuesto, al mástil más alto de su carabela: Los 400 golpes. Su joya de la corona. Y eso que esta historia que hoy arrinconamos para diseccionar, se llevó un Óscar a la mejor película de habla no inglesa. Qué pena que me dejara tan frío su Fahrenheit 451. Qué gran novela de Ray Bradbury…
El cine es superior a la vida, porque en aquel no hay embotellamientos ni tiempos muertos… y todo fluye como trenes en la noche. Hemos nacido para ser felices con nuestro trabajo, haciendo cine.
Me encanta la escena en la que Ferrand está rebuscando entre sus papeles y aparecen unos libros sobre los maestros que han marcado la vida y obra de este colaborador de Cahiers du Cinéma: Jean Renoir, Luis Buñuel, Hawks, Roberto Rossellini, Robert Bresson, Vigo, Orson Welles y, cómo no, Alfred Hitchcock. De guiño en guiño, y tiro porque me toca.
Los ojos de agua de Jacqueline Bisset enamoran, esa mirada felina y melancólica, su delicadeza y su encanto, su erotismo, la evocadora figura de una mujer capaz de aplastar gigantes con sus zapatos de tacón, Jacqueline era aquí un mar en reposo, el preludio de un tsunami de pasión. Inolvidable. Frágil.
Jean-Pierre Léaud ya ha pegado el estirón y dejó atrás Los 400 golpes. Interpreta a un actor con pretensiones de estrella, el inestable e indeseable Alphonse. Todos los secundarios, como Jean Pierre Aumont, están extraordinarios. Pero quien está soberbia es Valentina Cortese. Una diva avejentada, desequilibrada y alcohólica que desvela una de las mejores reflexiones de guion mientras sube unas escaleras. Y no solo eso, te sacará más de una carcajada en la escena de la puerta.
La dirección es ágil, ligera, alterna escenas cómicas con otras más dramáticas o trascendentales, y se agradece que no rueden con la cámara al hombro como en la nouvelle vague. Soy un clásico.
En un principio se espera dirigir una obra maestra… luego se espera acabar la película.
Junto a Cautivos del mal de Vicente Minelli, quizás el mejor ejemplo de cine dentro del cine. Vive le Cinéma!
Aplausos.