Entre la analogía y el símbolo: la perspectiva de Yeats sobre el arte

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Al atender al movimiento artístico denominado como Simbolista parece inevitable detenerse a pensar en el concepto que le da nombre: símbolo. Éste, no obstante, no resulta presa fácil para las redes conceptuales del pensamiento, por lo que la estrategia de la comparación con algún elemento similar o cercano siempre resultará de gran ayuda. En este sentido, el poeta irlandés, William Butler Yeats, nos brinda algunas líneas interesantes para la reflexión.

Obra del pintor romántico

El punto de apoyo para la comparación es la analogía. De esta manera, en la relación entre ambos conceptos Yeats nos dice que el símbolo “le daba voz a las cosas mudas y cuerpo a las cosas sin forma; mientras que la otra daba un significado –al que nunca le había faltado voz o cuerpo– a algo visto u oído, apreciado menos por su significado que por sí mismo”. De lo que se trata, entonces, es de una distancia en términos del objeto, es decir, el símbolo es voz y cuerpo de algo que encontrándose sin tales elementos busca la manera de expresarse. La analogía, por su parte, juega con lo ya dado, con lo que teniendo ya una voz y un cuerpo busca resignificarse o ser dicho de otra manera. En otras palabras, el símbolo trae a presencia mientras que la analogía se recrea en lo ya presente.

Poeta irlandés ganador del Premio Nobel de LiteraturaDesde esta perspectiva puede entenderse que un arte que se quede en la mera analogía no sea tan valorado como uno que alcance el estatuto de lo simbólico. Podría pensarse, incluso, en un imperativo simbólico para el arte: has de traer a presencia todo aquello que, careciendo de voz y cuerpo, clama por ello. Pero, ¿qué es aquello que, aunque carece de voz, clama por ella? ¿Cuál es este objeto al que el símbolo da voz y cuerpo? Sin duda que para responder a estas preguntas no puede iniciarse la búsqueda en las cosas de este mundo. No es haciendo un catálogo o inventario como daremos con el objeto que clama sin voz ni cuerpo. En otras palabras, no es en el juego analógico, en el imperio del es como… donde destella este objeto enigmático. Busquemos en el arte, en su historia, pero recordando que el arte no es recreativo, no es mera historia:

Todo arte que no es mero relato de una historia, o un simple retrato, es simbólico y tiene la misma intención que aquellos talismanes simbólicos que hacían los magos medievales con colores y formas complejas, ordenando a sus pacientes que meditaran cada día sobre ellos, teniéndolos delante y luego guardándolos con sagrado secreto; porque lleva consigo en colores y formas complejas una parte de la Esencia Divina.

Objeto mágico que influye en la vida diariaEl primer esbozo de respuesta no podría presentarse de manera más enigmática y misteriosa. Lo que tenemos ante nosotros en un arte genuinamente simbólico es una especie de talismán que da voz y cuerpo a lo que ahora se denomina como “Esencia Divina”. Esta pista, no obstante, se encuentra en la línea de lo dicho anteriormente: la respuesta no está en las cosas de este mundo. El símbolo, por tanto, es más bien una suerte de engarce entre la dimensión divina y este mundo, es voz y cuerpo de algo que no pertenece a este orden pero que parece tener una voluntad de comunicación con él. Con esto se clarifica un poco lo relacionado con el objeto, aunque éste, claro está, permanecerá siempre en la sombra del misterio.

El objeto de “Esencia Divina” carece de cuerpo y de voz, por lo que nosotros, a su vez, carecemos de una representación previa del mismo. Es por esto que la analogía no puede hacer uso de su juego de resignificaciones para alcanzar a este objeto misterioso: no halla nada en el mundo que pueda recombinar o reconfigurar para dar cuenta de él. La analogía es impotente ante esta tarea. Pero entonces, como un niño fascinado frente a un mago, debemos preguntarle al símbolo: ¿cuál es el truco? ¿Qué es lo que opera en él que puede llevar a cabo esta inverosímil empresa?

Obra de Anne-Louis Girodet de Roussy-Trioson

La magia no tiene otro nombre que el de evocación. En efecto, al carecer de representación previa del objeto, no queda sino remitirse a las emociones como única noción posible que explique el tipo de noticia que podemos tener de este misterioso objeto del símbolo: evocar para mirar dentro, intuir en la emoción provocada la presencia del objeto y atender a su clamor. Los símbolos, entonces, evocan emociones, sugieren que, además de las cosas, hay algo que reclama una voz, que pide un cuerpo. Esta es la gran tarea y capacidad de lo simbólico: señalar, apuntar, sugerir, evocar la presencia de la “Esencia Divina” que escapa a nuestro proceder regularmente analógico. El arte simbólico, por tanto, no es sino ventana evocativa de lo que está más allá de este mundo de presencias en constante significación. Dicho de otra manera: la analogía recicla significados, el arte los crea y dota de sentido al mundo con ello.

Yeats habla de dos tipos de símbolos: los emocionales que sólo evocan emociones y los intelectuales que evocan tanto ideas como ideas entremezcladas con emociones. Lo importante aquí es la capacidad evocativa, el poder de conmover para señalar hacia algo más que el objeto presente. De aquí la importancia que cobra el efecto para el arte y lo fundamental que resulta el encontrar la forma adecuada para lograr el mismo. Tal efecto es el de la elevación del alma que “se mueve entre símbolos y se manifiesta en símbolos cuando el trance, la locura o la meditación profunda le han privado de todo impulso que no sea el propio”. Los símbolos, así, hablan el lenguaje del alma, de aquello de “Esencia Divina”. Son capaces de evocar emociones cuya fuente se encuentra más allá del mundo y sus cosas. Yeats, en la línea simbolista, piensa que este lenguaje es canto, es decir, tiene forma musical. El arte es canto de “Esencia Divina” evocando en las almas emociones y formando con ellas comunidades de contemplación: religación.

Archivado en Analogía, Arte, Estética, Poesía, Religión, Simbolismo, Símbolo
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