Del otro lado del andén: en torno a una charla que le escuché a Javier Marías

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No siempre se tiene la oportunidad de leer un libro y luego escuchar a su autor hablar sobre él. Quizá sea mejor así. Pero a veces, y sólo a veces, en ese cruce de historias surgen preguntas que estimulan al intelecto y ponen en juego todas nuestras capacidades. Comenzamos a sentir que el magma de la palabra brota y de pronto tenemos delante de nosotros un texto como el que aquí les propongo.

Obra del pintor René Magritte

Resulta curioso el tener que dar cuenta de un acto en el que se inicia con una pregunta cargada con la ponzoña del escepticismo: ¿no es la vida misma puro cuento? La vida, en efecto, puede ser pensada como un relato, como un conjunto de episodios más o menos coherentes que se construyen con la voz de un yo –fundamental pero no únicamente– como narrador. La relación entre esta concepción y el ejercicio profesional del que relata, del que se dedica a las letras para novelar con ellas, parece conducirnos a la pregunta que se esconde detrás de aquella que de forma simplona hemos planteado ya aquí: si la vida es un relato, ¿qué es lo real?

Se da por supuesto aquí que entre el relato y la realidad hay un hiato, una distancia que marca una importante diferencia. Esta separación no es otra sino la que emerge de la muy recurrente discusión en torno a la relación entre lo que nombra y lo nombrado, entre las palabras y las cosas –por usar la formulación que da título al célebre texto de Foucault. Tenemos, entonces, un hecho, un acontecimiento mudo al que se le presta voz dando cuenta del mismo: relatándolo. Lo relatado viene después de lo acontecido, esto es, primero tenemos la comparecencia de lo real y después una reelaboración, una pálida sombra dibujada con palabras que buscan dar cuenta de eso que ha comparecido. Con esto tomamos ya una bandera ontológica específica, es decir, nuestra toma de postura se inclina por pensar que el orden del discurso es ontológicamente distante del orden de los acontecimientos.

El escritor español es todo un personaje

Ahora bien, si hemos dicho y aceptado que el acontecimiento precede al discurso quizá podamos pensar la labor del escritor como una tergiversación de este orden. ¡El tiempo antes que la jerarquía ontológica! El novelista genera hechos que no han acaecido, relata aquello que no ha sido pero que podría ser. Se adelanta en el tiempo y, por ende, renuncia a esas rígidas ataduras que hacen del relato un mero volver a traer algo ya acontecido al conocimiento de alguien (como lo marca el mismo sentido etimológico de la palabra relato que se remonta al verbo latino refero). Pero no hay renuncia que quede exenta de consecuencias. En este caso al renunciar a este vínculo conectamos con un problema igualmente clásico: el de la verosimilitud.

Si el discurso no refiere a un acontecimiento, si se dispersa en esa infinita zona de las posibilidades en la que la imaginación reina con su libre arbitrio, entonces poco se podría decir de la credibilidad de un relato. No obstante se habla siempre de ello y, en este caso, el autor mismo ha declarado su dificultad para “creerse” lo que lee y lo que él mismo cuenta al escribir. De esta manera, a la par que se renuncia a respetar la temporalidad propia de una jerarquía ontológica que marca la primacía y necesidad del acontecer para dar paso al discurso, se busca no dañar la verosimilitud del relato. Quizá pueda comprenderse mejor el problema.

El libro incompleto de Aristóteles Adentrándonos en el terreno lógico-epistemológico, habría que decir que la necesidad de que sea el acontecimiento lo que anteceda al discurso está en que éste nos brinda un parámetro de verdad. Tenemos, por un lado, el hecho, el suceso, ¡la cosa misma!, y, por otro, el relato que intenta dar cuenta de ello. De esta manera, cualquier discurso puede ser cuestionado si no encaja o, mejor dicho, si presenta contradicción con lo que está ahí delante de nosotros como irrefutable verdad: el hecho acontecido. Si el novelista pervierte el orden temporal y relata sin acontecimiento que sirva de baremo de verdad, entonces el problema se vuelve evidente: ¿cómo medir la verosimilitud del relato? Quizá es por esto que los lectores, siempre fieles al esquema de adaequatio rei et intellectus, busca perspicazmente los acontecimientos reales que inspiran la aparente ficción del relato: ¡Oxford tenía que ser! Es ahí donde el autor vivió tanto tiempo… seguramente se trata de una biografía enmascarada de ficción. A lo que el autor, siempre desde ese terreno del condicional que anuncia sin asegurar, que dice sin afirmar taxativamente, que invita, en suma, a imaginar y a valorar desde el podría ser y no desde el pesado ser, responde:

Creo no haber confundido todavía nunca la ficción con la realidad, aunque sí las he mezclado en más de una ocasión como todo el mundo, no sólo los novelistas, no sólo los escritores sino cuantos han relatado algo desde que empezó nuestro conocido tiempo, y en ese tiempo conocido nadie ha hecho otra cosa que contar, o prepara y meditar su cuento, o maquinarlo. Javier Marías, Negra espalda del tiempo, Barcelona, DeBolsillo, 2006, p. 17.

Todos relatamos algo, todos contamos anécdotas y buscamos hacer partícipes de nuestras experiencias a quienes nos rodean. Todos, por tanto, entramos al juego de la verosimilitud en la que la menor distancia entre el hecho y el discurso resulta vencedora. Esto es cierto si tomamos todos la misma bandera ontológica ya descrita y si la noción de verdad no va más allá de la adecuación entre lo acontecido y lo enunciado. Pero incluso siendo así esto no deja de marcar una diferencia entre el relato que día a día hacemos de lo cotidiano, es decir, de aquello que contamos porque nos ha sucedido y la labor del novelista que ha de pervertir la temporalidad para contarnos cosas que no han sucedido pero que podrían haber sucedido.

Interesante obra de Javier MaríasContar o no con el hecho –apoyo para determinar la verdad– hace una gran diferencia. Sin duda que podría invadirnos aquí el problema de la perspectiva, esto es, el que plantea que el mismo hecho visto desde el otro lado del andén seguramente dará como resultado un relato distinto. Pero eso, en última instancia, no anularía el apoyo en un hecho que es tomado como lo real y, por ende, como el soporte primero (en sentido temporal y lógico) para determinar si el relato desde el otro lado del anden es verosímil. De esta manera el diálogo con el autor no ha sido sino el inicio de un debate que apunta en direcciones interesantes. Avanzar hacia planteamientos que nos hagan pensar en una concepción del mundo sin este punto de apoyo siempre seguro y confiable de lo real, es decir, pensar en difuminar la espesura del ser –usando una expresión de Emmanuel Levinas– para habitar más en el terreno de la posibilidad, en la apertura más que en la clausura de lo acaecido, en la creatividad y la innovación más que en el peso de la tradición, que resulta, sin duda, estimulante. De cualquier manera la vida, esa que parece puro cuento, no es un acontecimiento ya dado sino, efectivamente, un cúmulo de cosas que se mantienen en el espacio dominado por el podría ser mientras –nos dicen los existencialistas– la posibilidad más radical, la muerte, no acontezca.

Archivado en Ficción, Filosofía y literatura, Javier Marías, Novela, Realidad, Relato, Verdad, Verosimilitud
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