“Palabra” de Xavier Villaurrutia, primera lectura

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Xavier Villaurrutia González, escritor mexicano, nació en la capital del país un 27 de marzo de 1903. Bajo el manto de López Velarde, y con una profunda influencia del surrealismo, desarrolló una destacada obra poética donde brillan singularmente sus “Nocturnos” (1933) y “Nostalgia de la muerte” (1938). La muerte es un tema que también le acompaña en sus obras dramáticas. Aquí nos dedicaremos a interpretar su “Palabra” en tres tiempos.

Palabra

Palabra que no sabes lo que nombras.
Palabra, ¡reina altiva!
Llamas nube a la sombra fugitiva
de un mundo en que las nubes son las sombras.

Las nubes viajan como sombras

¿Quién es esta palabra? Algo se intuye del encuentro con ella. De su forma brota una idea singular: brota, pues en el efecto está esa combinación de lo que, pareciendo espontáneo y súbito, requiere un esfuerzo. Y, ¿cuál es esta idea que se nos presenta tras repentino esfuerzo? ¿Qué es esto que nos detiene un momento arrancando un suspiro antes de continuar el viaje de la mirada?

Hay, sin duda, un llamado. La palabra llama a las sombras, intenta apresarlas determinando la vista ante su voz. Pero se remarca una distancia entre la evocación y lo evocado, entre lo que aparece y el nombre con el que se le llama. Una infinita distancia se impone entre el nombre y lo nombrado: las cosas no atienden ya a las voces y, por ello, devienen sordas. La magia se ha perdido. Y es que la palabra ignora aquello que pretende llamar, por lo que desde ahí se intuye ya un doble plano: el de las cosas incapaces de comprensión y el de las palabras ignorantes.

Llamas nube… en un mundo en que las nubes son las sombras…

No es casualidad que no se pueda pasar por el verbo llamar sin evocar la luz de una llama. La palabra llama, en efecto, porque pretende que su evocación sea un arrojar luz sobre lo nombrado, un poner los reflectores sin importar si estos coinciden o no con lo aludido. ¿Qué otra actitud puede esperarse de su altiva majestad? Es un gesto despótico que pone frente a nosotros de manera abrupta la contradicción entre los dos planos (palabras y cosas). ¡Nube! –dice ella– y desde entonces todos sus fieles súbditos hemos de llamar nube a una sombra que se escurre queriendo evitar el estigma que le ha caído encima.

Escritor mexicano autor de Nostalgia de la muertePoco importa la verdad en este punto. No hay razón para vestir ropas ásperas ante la caída del imperio de la concordancia entre las cosas y el intelecto. En el gesto de la palabra reina hay, al mismo tiempo, una valiosa insinuación que nos hace percatarnos de los dos planos. Sin el absurdo que produce su ignorancia no entraríamos en ese segundo de pausa, en ese instante en que la conciencia de la existencia de una dualidad nos abruma. Decía Mallarmé: “Pero yo venero cómo, mediante una superchería, se proyecta, ¡a una altura prohibida y de rayo!, la consciente carencia en nosotros de lo que allá arriba resplandece”.

Es del gesto sin concordancia de donde brota la idea de una doble posibilidad ontológica. La realidad sombría señalada nos dibuja en el rostro el signo de interrogación y con el gesto se nos mueve a ver que debe haber algo más que responda al llamado. La súbita conmoción que produce la falta de concordancia genera un efecto interrogativo: _¿hay acaso otro mundo además del nombrado? _ Se consuma el brotar de la idea que nos lleva a buscar el alto resplandor de eso otro que se cuela en el inverosímil llamado. ¡A quién le importa la verosimilitud cuando de lo que se trata es de contemplar y, sobre todo, de crear!

Paisaje de nubes

Pero nada de esto ha sido dicho por el poeta. Se trata del efecto de la composición, éstas son las líneas que saturan el silencio bien pensado por quien se esfuerza en la creación: el silencio necesario para escuchar el crujir de lo que ha sido roto por el abrupto brotar. “La armazón intelectual del poema se disimula y sostiene –tiene lugar– en el espacio que aísla las estrofas y entre el blanco del papel: significativo silencio que no es menos hermoso de componer que los versos”. (De nuevo Mallarmé)

¿Quién es esta palabra? Del encuentro con ella se intuye que se trata de una esforzada creación que señala el advenimiento de un nuevo reino. Es una invitación chocante, efecto geiser ante una forma de la que brota una idea que nos obliga a seguirle hacia arriba con la mirada. La palabra reina renuncia a la concordancia para generar un nuevo orden que no hace sino asombrarnos: la renuncia como actitud ética de la creación. Nombrar por el placer de nombrar, eso es lo que nos deja el encuentro con esta palabra. “El placer más intenso, más elevado y más puro es, a mi juicio, el que residen en la contemplación de lo bello”, nos decía Poe. Regodeémonos, entonces, ante la placentera contemplación de aquello que acude a presencia ante el llamado. ¿Qué es esto? La palabra, al menos, no lo sabe.

Archivado en Edgar Allan Poe, Palabra, Poesía, Simbolismo, Stéphane Mallarmé, Xavier Villaurrutia
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