El deporte rey tiene muy mala prensa. En todos los sentidos. Pero hay excepciones. El fútbol tiene música te reconciliará con ese juego que inventaron los ingleses y que los locos bajitos de la roja han sublimado. Empeño mi palabra y mi honor, hasta que confieses en los comentarios de aquí abajo, que mientras desenterrabas las trágicas historias de Gigi Meroni o de Pintinho, asomó una lagrimilla en tus ojos; o quizás moquees, tras entender por qué se quedó de piedra Elías Querejeta; o al descubrir que los brujos también van al cielo, o que un misionero vasco puede ser santificado en una cancha de Guayaquil por meter un gol al mismísimo diablo pincharratas. Lloriquearás en silencio y a escondidas, quedas avisado.
Son 50 historias, alguna tocará tu fibra sensible. Cuarenta y nueve más una, para ser exactos. La última, el gran regalo, la desempaquetaré un poco mejor al final del artículo. Yo soy eibarrés, así que el capítulo dedicado a José Eulogio Gárate está entre mis favoritos. No te voy a regatear, nada de engaños, masajea tu glándula lagrimal antes de dejarte chupar por este libro. No quiero que salpiques. ¡Disfruta!
José Antonio Martín, “Petón”, es un rostro de sobra conocido en el panorama balompédico, se columpia en la tele y mece las ondas radiofónicas, no necesita presentación y punto pelota. No solo es el representante de Fernando Torres, no solo es periodista. ¡Quieto parado! Me niego a que únicamente los futboleros degusten esta copa de vino elegante y armonioso. No. Sería una pena. Soy buen catador y no veo doble cuando descorcho otra botella y brindo por Petón. José Antonio no necesita alcoholizarse como otros, para creerse el mejor contador de historias de este país; porque probablemente lo sea. Y su prosa está a la altura de su oratoria, de su labia. Consigue emocionarte.
Estas fábulas demuestran que el fútbol está desaprovechado en literatura y cine, y que en el arte, los chicos con balón bajo el brazo, no siempre tendrán que hacer la genuflexión ante el rey de reyes y señor de señores: el boxeo. ¿No es inolvidable y merecedor de una película firmada por Scorsese el larguirucho y fibroso Ben Barek? ¿Por qué no escribió Truman Capote una novela sobre los chicos de Busby? ¿Qué hubiera ingeniado Antonioni al presenciar cómo la Romareda cantaba “peace and love”? ¿Crees que Philip Roth narraría como nadie la visita de un tal Zizou a su ídolo en el hospital de París o las andadas del violinista Canhoteiro? ¿Bukowski sería la pluma que podría quitar el polvo a los carasucias del Ciclón? ¿Te imaginas qué hubiera ideado David Lean si la motocicleta de René Petit se hubiera cruzado en su camino? De momento, no son más que ases en la manga de un tipo con talento, la marca del zorro, muescas en el revólver que los periódicos más vendidos de España, deberían guardar en su cinturón; y no guardan.
Te comentaba, que el último capítulo era especial. Verás. Los beneficios de este libro se destinan a una causa benéfica: la Fundación Oliver Mayor contra la Fibrosis Quística. Cuando el árbitro pita el final del partido y se apagan los focos, comienza la vida real, y es entonces, al final de este volumen que tengo entre las manos, cuando Petón explica cómo supo de esta enfermedad. Si llegas hasta aquí, verás desvanecerse los fantasmas de Bob Marley, George Best, Puskas, Gardel, Lola Flores o Kubala…
En fin… normalmente, cuando cierro un libro tras leer la última frase, resoplo. Y si me ha gustado, lo recomiendo a todo aquel que quiere escucharme. Soy muy pesado. Muy cansino. Pero esta vez, voy más allá. Te pido que compres un ejemplar. Seguro que aún lo encuentras en las librerías… y si no, ¡búscalo!