Juliette Binoche sentada en un banco… de piedra. Con las manos en su regazo. A su espalda, el gélido hospital psiquiátrico de Montdevergues, donde ahora callan los gritos descarnados que a todas horas aporrean las paredes del manicomio. Plano medio corto, mirada ausente. Respiras el silencio de una Camille Claudel sepultada por la soledad, el abandono y la desesperación.
Año 1915, en el sur de Francia. Camille ha sido internada por su familia en una institución religiosa para enfermos mentales. Es una conocida escultora, discípula, amante y musa de Auguste Rodin y hermana del diplomático, dramaturgo y poeta Paul Claudel. Internada a la fuerza por su madre, despierta cada mañana con la paranoia de que la intentan envenenar. No es tan descabellado.
Los médicos aconsejan su “liberación”, cincelan una llave de confianza y cordura, pero los siniestros personajes que cargan su misma sangre en las venas, hacen añicos una y otra vez las esperanzas. Camille no volverá a esculpir, modela el barro que pisa en sus paseos, se agacha y lo manipula con arte durante unos segundos, y luego, estalla de ira aplastando esa figura informe que está creando. Su rebelión muda. El camino a la depresión…
En la película de Bruno Dumont son tres días de espera hasta que asistimos a las desgarradoras súplicas que pretenden zarandear y no consiguen, la sensibilidad de su devoto hermano… en la realidad, estuvo 29 años aguardando y gimiendo, rogando… viendo cómo se desvanecía su “belleza” en ese antro de espejos deformados. Dejando que el mazo percutiera una y otra vez. Esto no es un biopic. Es un capítulo abierto, donde observamos su crudo día a día entre trastornados desquiciantes. No es un análisis de las causas que la llevaron hasta allí, ni un repaso a su obra. Es un aullido lastimoso. Nuestra protagonista se rindió, y fue enterrada en una tumba sin nombre.
Isabelle Adjani interpretó en 1989 este mismo personaje en la película de Bruno Nuytten Camille Claudel, en la que trabajó junto a Gérard Depardieu. Ahí reparábamos en la turbulenta relación que mantuvo con Rodin. En esta otra peli, muestra su odio hacia el maestro en uno de sus apabullantes monólogos. Camille era una mujer libre e independiente; un atrevimiento, una insolencia, en la Francia del siglo XIX, donde las costumbres y los convencionalismos pesaban como una losa. Una mujer artista…
Dumont quiere mostrar el dolor de la hoy reputada y siempre virtuosa picapedrera, y juliette Binoche es su herramienta. Sin efectos, sin maquillaje. La rodea de auténticos pacientes con discapacidad mental y cuerpos ingratos, y todo se vuelve más “impredecible”. Necesita sacar los sentimientos del personaje y anular a la actriz. Que se imbuya de la histeria y las excentricidades. Que salga el genio de la locura de Camille. Un simple gesto, una mirada. Una interpretación que hace palidecer a la de su “hermano”, muy realista, creíble, frágil, exquisita. Y destemplada. En el mejor de los sentidos. Puede pasar de la ternura a la cólera en menos de un segundo. Camille tenía una personalidad inestable, desgraciadamente. ¿Cómo preparó el personaje la esforzada francesa que triunfó con El paciente inglés?
Yo tenía que adivinar las secuencias. Igual que Camille no sabía lo que le iba a pasar, yo tampoco. Mis únicos papeles fueron las cartas con su hermano. Camille tenía un mundo interior que yo quería hacer visible, en su cabeza no paran de ocurrir cosas y esas sensaciones, que no se dicen, era importante ponerlas en contacto con el espectador. Era una artista y, como para cualquier creador, la observación era fundamental en su rutina diaria.
Hoy se estrena la película en los cines de toda España. ¿La recomiendo? A medias. Me ha parecido aburrida, aunque interesante. Menos compleja de lo que su pretencioso director codicia. Menos profunda de lo que cree. Un retrato de la condición humana, sí, del desamparo, también, donde el arte y la religión católica luchan por una plaza en este infierno que puede ser la tierra. Camille Claudel escribió a Eugène Blot desde el psiquiátrico de Montdevergues:
Todo lo que me ha sucedido es más que una novela, es una epopeya, la Ilíada y la Odisea y sería necesario un Homero para contarlo. No lo emprenderé hoy y no quiero entristecerle. Estoy en un abismo. Vivo en un mundo tan curioso, tan extraño. Del sueño que fue mi vida, esto es la pesadilla.
Bien. Pues Bruno Dumont no es Homero. Compadezco a Camille y a Juliette, sus trabajos merecían algo mejor.