Francis Bacon es considerado por muchos como un artista de lo humano, de las pasiones que, deformándonos, nos abren nuevos estadios del ser. Su vida estuvo marcada por las dificultades de una salud frágil y por el rechazo sufrido por su condición sexual. Autor de algunas de las obras más desgarradoras del arte contemporáneo, sigue siendo hoy en día, actualidad.
Camino Salamanca, a media tarde, la luz en esta época del año le da al paisaje un matiz especial. Me da ganas de apoyar la cabeza en la ventanilla y dormir viendo las montañas lejanas mientras escucho “God is an astronaut”. Lo haría pero soy de los que se ponen nervioso en el asiento del copiloto.
Suelo poner la música muy alta pero esta vez no viajo solo. A mi compañera le encanta hablar. Cuenta historias sin parar y sin nexo en común aparente. Es de ese tipo de personas que te entretiene sin querer. Tiene ese don especial. A mi me gusta el silencio y más con ciertos parajes.
Me habla sobre una subasta. Un mapa del mundo muy antiguo del que sólo se conservaban dos ejemplares. Se alcanzó un precio elevadísimo por ese pergamino. El comprador era propietario del otro mapa gemelo. Lo curioso de la historia es que nada más hacerse con él lo quemó. Sí, destruyó una parte de la historia del hombre. ¿Por qué? Según me contó mi compañera, por pura especulación. Al ser el propietario del único pergamino existente, se aseguraba que su valor fuera el doble de lo que era antes. Al no haber competencia, al ser la única pieza, su exclusividad lo hacía todavía más valioso.
Me vino a la cabeza la reciente venta de una obra de Francis Bacon. Un auténtico récord. Imagino que en temas de arte, además de especulación existe un fuerte sentido del prestigio. Tener tal obra es señal de distinción. Soy un ignorante en ese mundo de glamour. Si Francis Bacon estuviera vivo conociéndolo un poco, quemaría su taller. Por eso no soy pintor. Solo conduzco un coche rumbo a Salamanca preguntándome por la ética de los mercados. Se ha hablado mucho de eso en los últimos años. Nadie pone el grito en el cielo por semejantes cifras. Hemos llegado a tal degradación moral que normalizamos los desorbitados fichajes de equipos de fútbol, los cuales tienen deudas con el fisco, normalizamos el IVA cultural, normalizamos que una pieza de arte entre en ese círculo donde la gente se abraza, aplauden a sí mismos entre sonrisas por haber roto el récord de obra pictórica más cara. Es otro mundo, lo tengo más que claro. Un mundo con sus propias reglas.
Solo les pediría una cosa. Hagan el favor al menos de mentirnos. Mentira consentida, higiénica. Sé que tal vez no genere tanta excitación pero nos dolerá menos. Me parece un gesto impúdico, un recochineo mayúsculo para quienes no pueden llegar a fin de mes o para los que, comprar un poco de cultura, como por ejemplo, un libro, supone un esfuerzo. Mientras no pongan límites en los mercados, conociendo su instinto ninfómano, seguiremos hablando de récords año tras año a costa de los mismos de siempre.
Quito la música. Suena la radio. Noticias. Hablan de una catástrofe. Filipinas. Continúan con una entrevista al director de un “banco de alimentos”. Prevé unas fiestas navideñas muy complicadas para las familias españolas. Tras eso, se habla de Fagor. Maldita sea. Cambio de cd. Pongo System of a Down inconscientemente. Subo el volumen. Mi compañera guarda silencio. Francis Bacon, tengo un libro con tu obra en casa.
Llegamos finalmente. Antes de cenar damos un paseo por el centro de Salamanca. Estiramos las piernas. Observo los edificios. ¿Cuánto costarían en una subasta?