La otredad: El desdoblamiento del yo

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El relato precisa de una serie de fuerzas que motiven la ruptura. Esta ruptura será la escisión con lo anterior, la lanzadera de la trama. De este modo se consigue la peripecia: una trama ondulante debido a accidentes imprevistos que mecen la acción hasta llevarla a la conclusión. Esta ruptura la podemos apreciar incrustada en la narrativa de la obra de diversas maneras: en forma de otredad (o alteridad) o de extrañamiento. Comenzaré por la primera de ellas, aplicándola a tres casos: el desdoblamiento del “yo”, la otredad como impulsora del pacto amoroso y el ser desconocido retratado como un otro.

Amerigo Vespucci

La otredad, según la RAE, es “la condición de ser otro”. Teniendo en cuenta esta definición, al aplicarlo a, en este caso, ejemplos literarios o cinematográficos, se puede presenciar una ampliación de sentidos del término base. Esa condición de ser otro la aplicaré a tres casos: alteridad en el desdoblamiento del “yo”, la otredad como punto de partida del pacto amoroso y el ser desconocido que se convierte en un otro. Este primer artículo de la serie Otredad abordará al “yo” desdoblado.

Octavio Paz:

Somos al mismo tiempo nosotros y el otro es nuestro doble, nuestro ser desconocido.

David Fincher imagina en 1999 a dos personajes extremadamente opuestos: por un lado, encontramos a El Narrador (Edward Norton), personaje sin nombre, sin identidad, un ser adherido al sistema consumista, sin aspiraciones laborales ni personales y consumido por una asfixiante rutina; por otro, la trama le lleva a chocar con Tyler Durden la imagen opuesta del otro protagonista, una persona decidida, aventurera, sin arrepentimientos ni excusas. La película, como muchos habréis adivinado, es Fight Club.

El inicio de la cinta de Fincher nos ubica en un estado de desidia que el actor Edward Norton imprime en su personaje. Avanza por la vida sin un rumbo concreto, sin tampoco pretenderlo. El insomnio se une a un consumismo intrascendente y mecánico. El espectador asiste al relato pidiendo a gritos que suceda algo, que algo o alguien saque a ese ser sin identidad de su pequeño y perdido universo. Fincher nos otorga, entonces, a ese alguien que creará el vaivén narrativo. Supondrá la ruptura en la obra y se vestirá de un otro. Lo magnífico de la confección de la trama se observa en el hecho de que ese otro se esconderá bajo dos máscaras distintas, pero irremediablemente unidas.

Brad Pitt y Edward Norton

Tyler Durden (Brad Pitt) marcará la escisión con lo visto anteriormente. Será el soplo de aire fresco que necesitará tanto el espectador como el propio personaje. En este encuentro entre los dos extremos, Tyler encarnará todo lo desconocido, y al mismo tiempo, lo deseado por el personaje de Norton. Se convertirá en la palanca que saque del hoyo en el que vivía. Le dará el sentido que le faltaba a su vida, le otorgará una identidad de la que carecía. Pero ese otro que parece ser la panacea bajada del cielo en el momento preciso, no será tal.

La alteridad se pondrá, además, la máscara de El Narrador. Fincher mediante unos reveladores flashbacks se rendirá y nos contará la verdad. Hemos asistido durante casi todo el metraje a un desdoblamiento del “yo”. La otredad convivía en el interior del personaje que encarna Norton y se manifiesta en forma de Tyler Durden. Todos los deseos inconfesables y ocultos, todo ese “yo” que no era capaz de alcanzar, esto es, todo lo quería ser y no era conforman la invención de Tyler.

Tyler Durden y El Narrador dos seres opuestos conviviendo en un mismo cuerpo, luchando, ambos, por salir. En El Narrador será el hastío y la necesidad de escapar de un opresor mundo, la causa de la proyección de un interior olvidado que le permitirá al personaje realizar todo aquello que no se atrevía a hacer. Escapando de las garras de un mundo sin personalidad.

Natalie Portman

Y aterrizamos en otra parte del mismo mundo, donde con mecanismos distintos se consigue el mismo efecto. Fight Club nos conduce a Black Swan (Darren Aronofsky, 2010). Nina (Natalie Portman) no sufre de insomnio ni es víctima de una inútil e irrefrenable adicción consumista. La presión incansable de la madre y del profesor de ballet por ser la mejor en su pequeño y pérfido universo, por alcanzar una perfección que se convierte en requisito imprescindible conducen a Nina a distorsionar la realidad.

Así como el personaje de Norton lograba escapar de una vida vacía, creando un álter ego con todo aquello que siempre quiso hacer y no hizo, Nina acude a una versión bloqueada de sí misma, a un “yo” que no focaliza su mundo en perfeccionar y seguir perfeccionando como bailarina, a un “yo” desinhibido con el que se fusiona en cuerpo y alma, de tal forma que se convierte, al mismo tiempo, en su salvación y perdición.

Hemos visto varios ejemplos que trabajan el desdoblamiento del sujeto como una fuga de escape del personaje, hacia una vida que no tienen, creando un otro que proyecta el imaginario de cada uno. Otras obras recurren a este mecanismo de escisión narrativa: desde cuentos de Borges a películas como Avatar o Mulholland Drive. Pero si hay un ejemplo recurrente, y al que no se puede dejar de citar si se habla del desdoblamiento, es la obra de Robert Louis Stevenson de 1886, Dr. Jekyll and Mr. Hyde.

Archivado en Brad Pitt, Cisne negro, Edward Norton, El club de la lucha, El desdoblamiento del yo, La otredad, Natalie Portman
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