George Santayana:
Aquellos que no pueden aprender de su pasado están condenados a repetirlo.
El 24 de abril de 1941 es una fecha clave para entender la situación que planea actualmente sobre la proyección de cine y series de televisión extranjeras en España. Ésa es la fecha de la Orden Ministerial del gobierno franquista, que prohibía (lo habitual en la dictadura) la proyección de obras audiovisuales en otro idioma que no fuera el español. Además, indicaba que la realización del doblaje de las películas extranjeras debía realizarse en territorio español.
La situación actual es herencia de dicha norma. Se ha eliminado la prohibición y los argumentos que sostenían dicha ley se han relajado o transformado. Pero de una manera u otra, el visionado de obras audiovisuales que hoy en día practicamos todos nosotros está regido por ese acontecimiento.
¿Cuál es el origen del doblaje en España? La norma de 1941 nace de una práctica que se extiende a lo largo de la historia: la imitación. En este caso, la copia fue de orden político y el referente, Italia: la Italia de Mussolini. El dictador italiano dictó la Ley de Defensa del Idioma. Alemania, Francia y España siguieron el modelo y trasladaron dicha ley a su propio territorio. La intención era clara: el asentamiento del Régimen, y para conseguirlo, el idioma era una gran baza.
Es necesario destacar que el doblaje no tuvo su inicio en España con esta norma en pos del doblaje en español. Treinta años antes, en un pueblo pequeño de Francia, Joinville, se llevó a cabo el primer doblaje de una película al español. La película se proyectó en España bajo el nombre de Entre la espada y la pared. Y si nos alejamos más en el tiempo, hacia 1901, el silencio de las películas mudas era paliado por la figura del explicador, que, además de añadir algo de humor con su interpretación, tenía la función de leer los carteles que aparecían en las películas para que el público, que solía ser analfabeto, entendiera la película.
Pero la llama que prendió la mecha del doblaje en nuestro país fue la repulsa del gobierno franquista hacia las proyecciones en versión original. Y de esta repulsa nace la herencia que recibimos hoy en día.
¿En qué situación nos encontramos actualmente? Desde 1941 hasta nuestros días, la situación ha cambiado: más salas de cine proyectan películas en versión original; la llegada del TDT ha favorecido la posibilidad de poder cambiar al idioma original de la obra; canales de televisión, como CANAL +, emiten series en versión original con subtítulos en español; Internet se ha convertido en una gran herramienta con la que encontrar y crear subtítulos de películas o series; y las actuales ediciones en DVD o Blu-ray suelen incorporar más de un idioma.
La duda y el debate está ahora en si realmente se ha adelantado o simplemente se trata de un disfraz muy fino con el que enmascarar las viejas imposiciones. La respuesta es doble: primero, el adelanto sí se ha producido. El progreso se da tanto por las nuevas tecnologías que abren el paso a la versión original como por la superación de las razones franquistas que sustentaban el doblaje; segundo, bajo mi punto de vista, también se debe responder afirmativamente a la otra suposición: el progreso no es total, pues sigue imperando una opción sobre otra. El doblaje sigue siendo la opción preferencial.
La industria del doblaje, tras la norma de 1941, ha adquirido una enorme fuerza de presión en España. Es considerada como la mejor del mundo, fascinando incluso a Matt Groening que destacó el doblaje al español de The Simpsons como el mejor del mundo. Otra de las notables características es la alta profesionalidad que los actores de doblaje españoles le otorgan a la industria. Si bien es cierto que no cuesta mucho encontrar ejemplos cinematográficos o televisivos donde el doblaje al español roce el absoluto ridículo (véase el doblaje de The shining o Modern Family), la calidad suele ser muy alta.
El poder de esta industria tiende a provocar que los pocos debates que intentan proponer un replanteamiento de la proyección audiovisual en España caigan en saco roto. Y es en este momento cuando el progreso se quita el disfraz. Ángel Gabilondo, cuando era ministro de Educación en el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, rescató un debate que corría por las calles y lo colocó en la parcela política: el doblaje de película extranjeras. El idioma fue el argumento que utilizó para problematizar acerca de la proyección de obras audiovisuales, pero con un carácter muy distinto al utilizado en época dictatorial. Gabilondo argüía que el pobre conocimiento de inglés de los ciudadanos españoles podría mejorar facilitando el acceso a obras en versión original. Las respuestas no tardaron en llegar, pero el debate político que proponía Ángel Gabilondo no llegó ni se le espera.
Como en el fútbol o en la política, parece que la razón y la reflexión no tienen cabida en esta discusión, y quien se atreve a hablar de estos temas tiene que posicionarse de un lado o de otro. En este caso sucede algo similar: o estás a favor del doblaje o estás en contra de él. Ángel Gabilondo, en las declaraciones comentadas anteriormente, proponía, de manera inteligente, un debate desde la tranquilidad y la reflexión. Ni la tranquilidad ni la reflexión han llegado y la situación poco ha avanzado.
Y la realidad de esa división de opiniones es real: los detractores del doblaje apelan al respeto por la obra original; los partidarios, bajo mi criterio, lo son por cultura (la ya mencionada herencia). En definitiva, una escisión que impide la llegada de un posible debate y la suma de un ingrediente más, aparte de la reflexión y la tranquilidad: el respeto.
Un respeto que debe tratar por igual a quien desee visionar películas y series de televisión dobladas al español y a quien solicite la versión original, sin que tenga que recorrer su ciudad en busca de un cine que lo proyecte ni se pierda en el menú de su televisor. Respeto por el ciudadano en el acceso a la cultura. Lo que pasa es que en España ya sabemos lo que sucede con la cultura: ni el respeto ni la reflexión ni la tranquilidad son los protagonistas.
[…] Francis Adame en Atlas cultural, El doblaje: una herencia duradera […]
Estoy de acuerdo en que hay que respetar las obras originales. No es posible valorar las actuaciones de los actores en la versión doblada. Animo a todo el mundo a que vea las series en versión original, se disfrutan más.
Desgraciadamente el caso del cine es más grave porque cada vez hay menos salas en V.O, lo que hace que vaya menos gente al cine.
Lo más llamativo de todo es que parece imposible la convivencia tranquila de los dos modos de visualización. Es lo que siempre suele pasar: la igualdad no se encuentra, la comodidad gana y el doblaje se come a la versión original.
Lo mejor de todo es que quien quiera verla en versión original con subtítulos cada vez lo tiene más fácil. Avanzamos “piano, piano”.
Yo sigo a favor de la versión original, me desconcentra escuchar unas palabras y que los labios pronuncien evidentemente otras… aunque debo reconocer que el doblaje, especialmente el de las películas que salen en los cines es excepcional. de hecho, cuando vi “la verdadera historia de la caperucita roja”, hace poco años, me gustó más la voz en español que la de la versión original 😉