Soy una cuentista. Es lo que hago en la vida, contar historias, escribir novelas. Hoy me gustaría contarles algunas historias acerca del arte de contar cuentos… pero antes déjenme que les cuenta algunos retazos de mi historia personal…
¡Pause! Elif Shafak se queda congelada y no abre la boca… a no ser, que pulses el play en el vídeo que está más abajo, al final del artículo. Como veo que primero quieres saber de qué va la charla, voy a ser yo quien te cuente quién es ella. Es una escritora de origen turco (Kem Gözlere Anadol, The Bastard of Istanbul). Cosmopolita por obligación. Nació en Francia, pero como su madre era una diplomática divorciada vivió en Madrid y Ammán (Jordania) antes de volver a Turquía. Más tarde, los tambores de su biografía la llevaron a Estados Unidos, y no precisamente a hacer el indio. Una curiosidad. Hace unos años, Safak fue acusada en Turquía “de insultar al pueblo turco”. No es ninguna broma, son tres años de prisión. Si el caso no hubiera sido desestimado por falta de pruebas, podría haber engrosado la larga lista de escritores de triste figura, que dieron con sus huesos en la cárcel. Sombra con sombra: Cervantes, Quevedo, Ken Kesey, William Burroughs, Aleksandr Solzhenitsyn, Oscar Wilde, Miguel Hernández, Antonio Buero Vallejo, Verlaine, Voltaire, Lope de Vega, James Joyce, Ovidio, Daniel Defoe, Ezra Pound…
Escuchar historias hace crecer la imaginación, contarlas hace que superemos los muros culturales que nos separan.
Yo soy adicto. A escuchar y a contar. No siempre en este orden, desgraciadamente… La cita te deja pensativo. Es la cerradura que Elif quiere abrir con su discurso, dirige el brillante foco de la charla TED hacia esta frase, en apariencia, tan sencilla. ¿Qué quiere decirnos? Hay que escapar de la camisa de fuerza que nos hemos puesto o nos hemos dejado poner, corremos el riesgo de transformarnos en clones de Hannibal Lecter. Una camisa de fuerza metafórica, claro está. ¡No siempre tenemos la razón! Pero hay que ser libres… y hay que estar abiertos. Debemos ser conscientes de que existen otras perspectivas tan válidas como la nuestra, otras miradas, otras oportunidades, otras soluciones, herramientas diferentes para encarar la realidad, para crear.
Las historias que nos hacen cosquillas traen experiencias ajenas que se cuelan en lo más profundo, y nos acercan a otras personas. Gracias a ellas, podemos apreciar lo que siente un náufrago que establece su residencia en una remota isla perdida durante 28 años. “Escuchar historias ensancha la imaginación”… ¡Elemental, querido Watson! La tesis de Elif es que la ficción nos permite cruzar océanos culturales, saltar muros insalvables. O al menos, que se filtre algo de humanidad por pequeños agujeros de la muralla. Desterrar prejuicios. Por ejemplo. Pocas veces verás a un judío y a un palestino atenderse mutuamente cara a cara, escucharse de verdad, sin embargo, sí son capaces de leer una novela de un autor “contrario”. De esta forma, se conectan y sienten empatía con el narrador. Un narrador “enemigo”.
El poder de los círculos. Si quieres destruir algo, rodéalo de paredes gruesas. Sabias palabras, ¿verdad? No obstante, para demostrarlo Elif cuenta la historia de su abuela sanadora. Un episodio increíble. Para mí, por lo menos, que soy un receloso habitual. ¿Crees en los curanderos? Más allá de ejemplos mejor o peor traídos, siguiendo con su teoría, explica que si permaneces estable en tu círculo social y cultural… corres el riesgo de secarte por dentro. No es saludable mirarse al espejo a todas horas. Es mejor darle la vuelta, acariciar el terciopelo que hay detrás. En esto sí estoy de acuerdo. A mí personalmente, me motivan y me atraen más las personas que piensan diferente, que pueden aportarme riqueza intelectual, que me sorprenden. Que me obligan a pensar, a buscar argumentos…
Para Shafak, el arte de contar historias es un buen método para salir de estos guetos culturales. Para derribar estereotipos. Los guetos nos vuelven elitistas, distantes y nos desconectan.
La ficción supera la identidad política. ¿Por qué un escritor elige un idioma que no es el suyo materno para contar sus historias? ¿Tiene derecho? ¿Debe enroscarse a su identidad como un mono a las ramas de un árbol? ¿Es cierto, como dice en la charla, que los autores hoy en día, no son vistos como individuos creativos sino como representantes de sus respectivas culturas?
Voy a poner una pega a la charla. Un pero muy personal. No soporto a Paulo Coelho, ni las historias de los sufís. Lo que pretende ser una balsa en la tempestad, un guiño, para mí es un tiburón hambriento, una conjuntivitis. ¡Huyo! Ufff… no puedo con ello, me dan ganas de subir a un ring de boxeo. Como tampoco puedo con el Festival de Eurovisión, me deja noqueado… y he de reconocer, que en este caso, la referencia encaja como un guante. Es imposible imaginar cuánto puede afectar ese dichoso festival a un crío. ¡Puede ser un uppercut a la mandíbula! ¡Viva Rodolfo Chikilicuatre! Antes de volverme tarumba del todo, antes de que cuenten 10, voy a terminar de escribir este artículo. Una calle que se estrecha más y más. Ahora mira arriba del todo, la primera foto. En el centro, la contadora de historias mirándote de frente. No la apartes, no la ignores… ¡Play!