Ingmar Bergman nace en Uppsala Suecia en 1918. Este simple dato nos habla del contexto histórico en el que se desarrolla, a saber, justo entre las dos grandes guerras; lo cual sin duda marcará sus producciones, aunque es notoria de la ausencia de un posicionamiento político claro. Otro elemento biográfico clave es el hecho de que ser hijo de un pastor protestante, aunado al carácter dominante de su madre, hicieron del ambiente familiar uno en el que la disciplina y los valores religiosos resultaban fundamentales. De aquí que Bergman desarrollara una estrecha relación con su hermana Margareta con quien jugaba con un teatro de marionetas hecho por ellos mismos, así como con una linterna mágica para proyectar pequeñas historias. Ambos eran modos de expresarse y escapar a una realidad no siempre amable.
Realizó sus estudios en literatura e historia del arte en la Universidad de Estocolmo y obtuvo el grado con un trabajo sobre Strindberg, dramaturgo de gran influencia en la obra del cineasta. La cercanía y gusto de Bergman con el teatro se manifestará en la extraordinaria dirección escénica que logra en cada uno de sus filmes. De hecho, aunque deja la dirección del teatro universitario en 1942 para aceptar la oferta de la Svensk Filmindustri en el departamento de guiones, nunca deja de lado su vocación teatral dándose el tiempo para montar obras de Ibsen, Strindberg y Shakespeare, entre otros, mientras descansaba de los periodos de rodaje de sus películas.
Esta es una forma de abordar la pregunta por el sujeto creador, es decir, ante la pregunta quién es este con quien dialogo en la sala de cine, se puede acudir a su biografía, al contexto de su desarrollo personal en busca de algunas pistas. Sin duda en esta vía toparemos con el tema de la autonomía de la obra de arte, esto es, la postura que plantea que la obra se vuelve independiente del autor. De tal manera que buscar una relación entre la vida de éste y el sentido de aquella constituye una búsqueda que resultará poco afortunada. Pero en el caso del cine esto puede encontrar una dificultad, pues aunque sin duda una obra de arte goza del privilegio de decir mucho más de lo que su autor pudo haberse propuesto en un inicio, aquí se trata de atender, en primera instancia, a lo que ese ojo del proyector quiere mostrarnos –atender a la intención explícita– para de ahí derivar una respuesta. Lo que se pude decir a partir de lo que ha propuesto un autor en un inicio constituye aquello que desborda a la obra, lo que va más allá de lo mostrado pero desde esto mismo.
Una segunda manera de abordar la pregunta por el quién es aquel con quien se dialoga se da, precisamente, a través de la obra del dialogante. De esta manera pasamos de un enfoque que interroga al sujeto como persona individual que cuenta con una historia particular, a uno que acude al sujeto como creador interrogando a la obra, a lo producido. En este sentido hay que decir que la producción cinematográfica de Bergman es amplia y compleja, pero, para efectos prácticos, adoptaremos la clasificación que propone Jordi Puigdomènech en su libro Ingmar Bergman. El último existencialista (Puigdoménech, 2007, págs. 46-48). Se divide la producción del sueco en cinco periodos:
Obras de juventud (1945-1948). En donde encontramos las siguientes películas: Crisis, Llueve sobre nuestro amor, Barco hacia la India, Música en la oscuridad y Ciudad portuaria.
Obras de contenido psicológico (1948-1955). Aquí tenemos los siguientes títulos: Prisión, La sed, Hacia la alegría, Juegos de verano, Tres mujeres, Un verano con Mónica, Noche de circo, Una lección de amor, Sueños y, finalmente, Sonrisas de una noche de verano.
Obras de contenido simbólico (1956-1963). En este periodo se abre con una obra maestra como El séptimo sello y continua con títulos como Fresas salvajes, En el umbral de la vida, El rostro, El manantial de la doncella, El ojo del diablo, Como en un espejo, Los comulgantes y El silencio.
Obras de expresión crítica (1964-1980). Los filmes que componen este periodo son: ¡Esas mujeres!, Persona, La hora del lobo, La vergüenza, Pasión, El rito, La carcoma, Gritos y susurros, Secretos de un matrimonio, La flauta mágica, Cara a cara, El huevo de la serpiente, Sonta de otoño y De la vida de las marionetas.
Obras de reconstrucción genealógica (1981-1999). Este último periodo se abre con una obra monumental y su última gran producción cinematográfica, Fanny y Alexander, para continuar con Después del ensayo, El rostro de Karin, Las mejores intenciones (novela-guión), Conversaciones íntimas (novela-guión llevada al cine por su compañera Liv Ullman), En presencia de un clown (novela-guión) e Infiel (guión llevado al cine por Liv Ullman en el 2000).
Pero la aproximación más importante es la que mantiene viva a la obra, esa que le actualiza una y otra vez: la del espectador. Ese que, de acuerdo a las palabras del mismo cineasta, se predispone conscientemente para la ilusión y se deja transportar a esa visión del mundo que el director le propone. Algo habrá que decir y es ahí, justo ahí, donde Bergman y sus personajes vuelven a vivir. ¿Me acompañáis a regalarles un poco de vida? ¿Qué película les gustaría ver de la colección del sueco?