Imágenes como las que aquí presentamos dan la vuelta al mundo, son referencia de lo que acontece en Pamplona durante estos días. Una mujer rodeada de hombres, mucho alcohol presente y una vejación masiva son los elementos de un cuadro que se repite una y otra vez. La imagen por sí misma es lamentable, pero lo son más las respuestas que uno puede encontrarse en los foros donde aparece: ellas lo consienten, pues se les ve muy felices, se lo han buscado. Parece como si pusieran voz a los rostros extasiados que podemos presenciar en las fotos.
Vamos entonces por partes. Si una mujer que os importa, a la que queréis y tenéis por buena amiga (por no hablar de madres, hermanas o parejas), sale a la calle medio desnuda pidiendo que todos los hombres presentes le toquen el cuerpo, ¿os quedaríais impávidos mirando la escena o algo dentro les movería a evitarlo? Al final de cuentas ella lo consiente, se le verá muy feliz y sin duda lo ha buscado. Pero ninguna de estas tres cosas por sí mismas, ni en conjunto, justifican o legitiman una acción así. Este tipo de actos suponen el anonimato: tocamos a quien no conocemos, pues basta un vínculo afectivo para generar reparos y dudas. Un rostro conocido es suficiente para despertar la moralidad. Eso es lo que hace de la masa el refugio perfecto para actuar sin pensar en las consecuencias en el otro. Violencia de género a plena luz del día bajo la sombra del árbol de la muchedumbre y el alcohol. Respeto, libertad, responsabilidad… todos los pilares de nuestra preciada civilidad, eso que pensamos que nos separa de las bestias, quedan guardados para mejor ocasión.
No hace falta insistir mucho: ninguno de los que argumenta así pensaría igual si en la foto apareciera alguien de su familia. Así de frágil es la posición. Pero demos un paso más. Vamos a sumir que ellas, en efecto, han consentido asistir a esta festividad, que han ingerido alcohol en exceso y que han mostrado los pechos por su propia cuenta. ¿Esto significa que todos los presentes tienen derecho a tocarla? La respuesta es muy obvia y la realidad todavía lo es más. Al estar rodeadas de hombres eufóricos y ebrios el negarse supone ponerse ante el riesgo de un acto todavía más violento (como los que de hecho ocurren), de manera que plantearse que una persona puede decir “no” en esas circunstancias es realmente ingenuo. A ella la suben en hombros sin saber quién lo está haciendo y de inmediato es expuesta a una masa que sabe qué es lo que sigue. De libertad hay muy poco.
¿Por qué lo hacen? ¿Por qué asisten? Las razones pueden ser de lo más variado, pero ninguna servirá para legitimar el hecho. En una imagen se ilustra de manera inmejorable (aunque vergonzosa) una de las ideas del ecofeminismo: la voluntad de dominación, ese gran valor viril, está constantemente presente en la vida. En San Fermín mostramos que dominamos a la bestia para hacerla correr hacia el lugar donde será sacrificada y dominamos a la hembra que debe participar del ritual ofreciendo su cuerpo para el deleite del hombre. La fuerza está presente, el orden cósmico está garantizado. Nos veremos el próximo año para refrendarlo.
La fiesta de uno de los patrones de Navarra no está originalmente ligada al las corridas de toros. Fue una cuestión climática la que hizo coincidir las celebraciones y ya los humanos han hecho el resto. Alegar una larga tradición es ignorar que el actual formato de los Sanfremines es mucho más reciente de lo que se pudiera pensar. Es verdad, por otro lado, que este tipo de celebración carnavalesca, esta especie de momento de liberación donde todo vale, es algo que tiene historia. Es decir, esto ni es exclusivo de estas latitudes ni es una novedad en la humanidad. Pero tampoco se puede recurrir a este tipo de argumentos para justificar y legitimar los actos de violencia contra la mujer. Es cierto que esto no tienen nada que ver con los toros, pero sí que se puede encontrar un principio común que da sentido a ambos actos. Matar al toro y vejar a la mujer: en los dos casos el hombre se reafirma como fuerza dominante. Valga esto para aquellos defensores de la tauromaquia que intentan lavarse las manos y salvar su arte: la vergüenza es compartida.
¿Qué se debe hacer? Reflexionar, difundir, denunciar. Todo menos el silencio hasta que podamos ver claramente las alternativas: garantizar un ambiente de respeto, modificar el formato de la fiesta, prohibir… El abanico de opciones es amplio, aunque el objetivo es uno y muy claro: no hay nada que justifique lo que estas imágenes nos muestran y nos toca a todas y todos decir ahora ¡no más! Hay que evitar que la máscara de la tradición termine por normalizar lo que hoy todavía nos indigna tanto. Vale lo mismo para los toros, pero parece que todavía falta para que nuestro orgullo humano no se sienta ofendido y acepte la validez de los argumentos independientemente de la especie de la que se hable.