El pasado mes de abril la editorial Sphere publicó The Cuccko’s Calling, la novela debut de un autor desconocido llamado Robert Galbraith que relata la historia de Cormoran Strike, un veterano de guerra metido a detective privado que investiga el supuesto suicidio de una joven modelo que cae desde un balcón y que le obligará a introducirse en el complejo y competitivo mundo de la moda. Hasta aquí todo normal.
El libro, descrito como una novela negra clásica al estilo de P.D. James y Ruth Rendell, deslumbró a los pocos críticos que lo leyeron pero muchos se preguntaron quién se escondía detrás de ese misterioso Galbraith, del que tan sólo se sabía lo poco que aparecía en la página web de la editorial: que era escocés, casado y con dos hijos, que había pertenecido al ejército británico y que ahora se dedicaba a la seguridad privada, razón por la que había decidido publicar bajo seudónimo su primera novela. Ahora, meses después y para sorpresa de todos, The Sunday Times ha desvelado que detrás de Robert Gailbraith se esconde J.K. Rowling.
Desde su publicación, The Cuccko’s Calling había vendido poco más de mil quinientos ejemplares, pero en menos de veinticuatro horas sus ventas se han incrementado hasta el punto de situarlo en el número uno tanto en Amazon como en Barnes & Noble. Y esto es tan sólo el principio.
Según la autora británica, hubiese preferido mantener el secreto algo más de tiempo porque ser Robert Galbraith ha sido una experiencia liberadora ya que le ha permitido publicar sin sufrir la presión de los medios y los fans, y teniendo la certeza de que los comentarios de sus lectores no se verán influenciados por la opinión que tengan de ella, en referencia directa a la fría recepción de La Vacante Imprevista (The Casual Vacancy), su primera novela post-Harry Potter.
No es el primer autor que escribe bajo seudónimo, Stephen King, por ejemplo, escribe bajo el nombre de Richard Bachman, y en el fondo no es más que una anécdota. Eso sí, sus consecuencias, me refiero al desmesurado aumento de ventas, no dice demasiado ni de la industria editorial ni de nosotros como lectores.
¿Nos fijamos simplemente en los nombres? ¿Somos así de influenciables? Quiero pensar que no, pero la realidad se empeña en llevarme la contraria con fenómenos publicitarios más que literarios como el de Cincuenta Sombras de Grey. Por suerte, hay vida más allá de Grey.
