No tengo vocación de arqueólogo ni de detective privado, pero anoche sentí un incomprensible arrebato de coraje y abrí la puerta de los tres cerrojos que nunca cruzo. Pasaba por ahí… empujé con miedo y se quedó entreabierta. Mi corazón empezó a palpitar como si Tony Soprano disparara una ráfaga con su metralleta. Miré a los lados, no había nadie. Aun así, respiré hondo y me subí las solapas de la camisa para esconderme.
Sabía que pronto volvería en mí, que el espíritu de Jonás chapotearía en mi sangre en poco tiempo, así que no me lo pensé dos veces, me colé en la ballena, actué decidido y desdeñé las gotas de sudor que caían por mi frente. Paso a paso, con seguridad. Estaba a oscuras, pero entre las sombras reconocí lo que estaba buscando. El arcón de las reliquias olvidadas que mi abuela guarda en su habitación como oro en paño. Metí la mano a ciegas… y tras toquetear mil objetos deformes, encontré una cinta VHS llena de polvo. Observé la descolorida carátula aprovechando una luz del pasillo que se había colado temerosa a mis espaldas; y reconocí a Bogie. Sonreí malicioso. Te tengo.
Es una de sus películas menos conocidas. Puro cine negro, film noir. Por una vez y sin que sirva de precedente, no pondré por las nubes una de esas estupendas adaptaciones de las novelas de Dashiell Hammett, James M. Cain o Raymond Chandler, Sin conciencia es una historia basada en hechos reales sobre la existencia de una organización denominada Murder Inc. y las investigaciones impulsadas por el Comité Kefauver en 1950.
Esta vez, Humphrey no aparece en cada plano, su atractiva presencia no acapara todo el protagonismo, ni viste gabardina larga. Encarna a un fiscal, Martin Ferguson, que se encuentra en una situación desesperada; aunque el asesino esté en la cárcel. Buen comienzo, ¿no? Solo dispone de una noche para repasar la investigación y encontrar un testigo que acuse a ese tipo de lo que sea. Tienen que ganar el juicio, tiene que dormir el sueño eterno entre rejas. Albert Mendoza (Everett Sloane) comanda un misterioso sindicato del crimen, una banda dedicada a los asesinatos por encargo. Es un verdugo misterioso e inhumano.
En los títulos iniciales no verás el nombre de Raoul Walsh como director, aparece Bretaigne Windust (tuvo que abandonar este proyecto de serie B a causa de una enfermedad, y yo no lo lamento), pero pronto comprobarás que la intensidad y el ritmo trepidante que envuelven la historia hasta convertirla en una gran piedra que no persigue a Indiana Jones si no a ti, son marcas de la casa propias de un maestro del género. El sello de un señor que murió con las botas puestas.
La acción te atrapa, sí, pero lo que hace que te encojas en el sofá es la atmósfera de fuerte tensión. Primero, el miedo que se respira. Todos están acongojados… o como se diga. Les tiemblan las carnes con solo nombrar al cabecilla. Preferirían una lucha de guadañas, que mirar a los ojos al tal Mendoza; un pájaro al que no conocemos hasta el tercio final, a pesar de estar enjaulado. Un ser maquiavélico y poderoso que huele la sangre bajo sus alas. Otro factor clave para mantener la angustia y el suspense es la carrera contra reloj del fiscal. Una noche. Y al final de las escaleras… la tragedia.
La estructura del guion de Martin Rackin no es lineal, la narración hace uso del flashback y del flashback dentro del flashback, para rizar el rizo. Testimonios y más testimonios. Todo pensado y repensado para mantener la intriga, para que te rompas la cabeza con este puzle.
Lo que sí eché de menos mientras unos fotogramas caían y otros brotaban, fue una femme fatale que cruzara la línea del morbo, y algunas frases ingeniosas o desconcertantes salidas de la pluma de cualquiera de los tres escritores que cité más arriba. A ver si te suenan estos ejemplos…
General, vigile a su hija. Ha intentado sentarse en mis rodillas cuando yo estaba de pie.
Me ponen nervioso todos los tipos a los que no les interesa el dinero.
Si, yo le maté. Le maté por dinero y por una mujer. Bueno, no conseguí el dinero ni tampoco la mujer.
La experiencia enseña a no confiar en un policía, cuando menos se piensa se pone al lado de la ley.
Impresionantes. En muchas escenas se proyectan sombras expresionistas, una iluminación tenebrosa en claroscuro que juega con la psicología de los personajes. Y con la nuestra. La música es de David Buttolph (Misión de audaces), una banda sonora de jazz que emociona y templa los nervios del espectador más imperturbable.
Los sicarios a sueldo ejecutan los “contratos” y liquidan los “objetivos” asignados. Al parecer, eran términos reales en la jerga de este tipo de bandas organizadas. Sin embargo, la trufa de chocolate negro está en algunas escenas que se clavarán en el panel de corcho de tu memoria. Yo tuve vértigo en el patio de la comisaria viendo a Bogart sujetar por la mano al tipo que más tarde caería al vacío. Sentí un escalofrío al contemplar cómo se afila una navaja en una barbería. Me encantó y sorprendió cuando entrevé al asesino en el reflejo de la puerta de cristal, y empiezan los tiros. O el rastreo del pantano, o la llegada del testigo protegido (Ricco) a la sede de la policía…
¿Tienes muchos planes para este lluvioso fin de semana veraniego? Si has mirado al suelo porque ya no escuchas los tambores lejanos, te propongo una gran jornada, que te hará creer que tienes el mundo en tus manos. Organiza un escuadrón de combate para entrar en la habitación de mi abuela. Sssshhhh… Una vez allí, si te atreves, mete la mano en el arcón de las reliquias olvidadas y saca la vieja cinta VHS. Sin conciencia. Limpia el polvo. No te arrepentirás… A no ser… que mi abuela te haya estado esperando con una Remington Double Derringer calibre 41 tras la puerta de su habitación, porque recibió un chivatazo anónimo.
Hummmm, no recuerdo casi nada de esta película. Habrá que recuperarla. Y estupendo artículo, magnífica tu prosa.
Gracias, Fer… catodic. 🙂 Merece la pena. Si te gusta el cine negro, te lo vas a pasar en grande.