En el principio fue la responsabilidad… En torno a las ideas de Hans Jonas

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En la palabra principio resuenan diversos sentidos. Tenemos la noción de principio como ese primer momento de la existencia de algo. A este sentido temporal de la palabra podemos agregar un par de elementos espaciales y entenderle como el punto en donde inicia la extensión de algo o el punto que sirve de arranque o de base. Finalmente, y de forma casi metafórica, puede hablarse de principio como la causa de algo o bien como una norma que rige la conducta.

Un rincón mágico del mundo

Desde esta polisemia de la palabra principio realizaremos una breve reflexión en torno a los fragmentos en los que se expresan algunas de las ideas del filósofo alemán Hans Jonas. Nuestro compañero de viaje es el concepto de responsabilidad –central en la reflexión ética que nos propone– que queda definida como una capacidad humana, como un poder hacer o “facultad ontológica del hombre para elegir, consciente y deliberadamente, entre alternativas de acción”. Se ve así que la responsabilidad misma tiene su principio, es decir, un punto de apoyo y fundamento en un elemento de corte antropológico: el ser humano como agente capaz de realizar una acción que ha sido ponderada y, a partir de ello, elegida.

De aquí que, parafraseando al texto bíblico, diremos: en el principio fue la responsabilidad. Se retoman aquí un par de sentidos más para poner sobre la mesa el hecho de que la responsabilidad así entendida estaría en el origen de la acción, que ésta es el punto de partida de un elemento medible desde el inicio del hacer hasta las consecuencias del mismo. La acción, en efecto, se emprende y encuentra su final, su consumación, en el efecto generado. Ahora bien, si la responsabilidad está en el origen, entonces suponemos que toda acción es elegida de manera consciente y deliberada a partir de alternativas. A esto bien puede agregarse –de manera muy kantiana– que lo que encontramos es que la responsabilidad en realidad acompaña de principio a fin y nos pone en una situación muy particular: la capacidad de dar cuenta de la acción emprendida.

Representación de Miguel Ángel

Emprendemos una acción y ante sus consecuencias (los efectos en otros) se nos puede llamar a cuentas, la capacidad de responder está dada, entonces, porque en el principio estuvo la ponderación y la elección consciente. La responsabilidad abre y fundamenta la acción y, al mismo tiempo, hace posible el dar cuenta de la misma, permite responder por ella, es decir, por sus consecuencias. En este valor se anudan, por lo tanto, dos órdenes temporales: el presente (principio) y el fin (futuro). Que en el principio sea la responsabilidad significa que tenemos cierto conocimiento de lo que puede venir después de superar la etapa de inicio. Ser responsables de nuestras acciones implica que hay una cierta pre-ocupación por el porvenir, por el desenlace de lo que estamos por elegir. Practicar la responsabilidad es, pues, un situarse en el presente sin dejar de mirar el futuro.

Resultaría pertinente señalar aquí que si hemos partido de una consideración ontológica con respecto al hombre, bien valdría la pena realizar algo similar con respecto al futuro que aparece ahora como un elemento importante. En este sentido, habría que dar cabida a un cuestionamiento: ¿cómo ocuparse de algo que, ontológicamente hablando, todavía no es? El futuro, en efecto, se sitúa en el horizonte del no-ser, de lo que promete llegar a ser pero que, precisamente por su carácter de promesa, es aún indeterminado e incierto. ¿Vale la pena ocuparse de lo incierto o resulta mejor limitarse a lo que ya está aquí, es decir, a la seguridad de lo presente?

Poco podría decirse en contra del estatuto ontológico del futuro, pero es necesario distinguir aquí dos planos de la cuestión. Por un lado, es cierto que el presente tiene un mayor grado de certidumbre en un sentido ontológico, pero esto es válido y sólo puede serlo para los presentes, es decir, que hay que incluir dentro de esta esfera temporal y ontológica del presente a aquellos seres que le habitan –a los que se hacen presentes dentro de él. El planeta visto desde el espacio El futuro, por lo tanto, es el espacio de los posibles presentes que merecen tanta certidumbre como los que habitan hoy aquí. De aquí la separación de planos que obliga a distinguir entre un argumento ontológico y un compromiso moral y ético. Ante las preguntas anteriores, entonces, se impone también el principio de responsabilidad que nos obliga a ponderar y elegir entre las acciones que se decantan por un resguardo del presente seguro o bien por incluir en la decisión a los posibles presentes, entre atender a la pura ontología o abrir las puertas a un compromiso ético-moral con lo que todavía no es-aquí.

Hasta ahora se ha dado por supuesto que la elección de un determinado curso de acción se da en libertad, es decir, que hay un sujeto que pondera y decide esto o aquello sin coerción alguna. Lo cual puede explicar que la responsabilidad no aparezca sino en forma de imperativo, de un mandato que, aunque es posible ignorar o dejar de seguir, queda manifiesto como recordatorio de lo que pudo haber orientado la acción. Tenemos tres formulaciones posibles: 1) “Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra”; 2) “No pongas en peligro las condiciones de la continuidad indefinida de la humanidad en la Tierra”; 3) “Incluye en tu elección presente, como objeto también de tu querer, la futura integridad del hombre”.

Filósofo alemán de gran importancia para la éticaAquí estamos en condiciones de invertir el orden de la palabras para hablar de la responsabilidad como principio, es decir, de aquella como norma que guía y orienta a la conducta. Pero en esta particular noción de Jonas no deja de resonar la polifonía del principio, puesto que en las formulaciones del imperativo de la responsabilidad puede verse cómo el principio de la conducta, esto es, lo que hace posible cualquier conducta o decisión futura, es la conciencia del lugar concreto y material en el que se postula el mismo imperativo: la Tierra. En efecto, para que exista acción humana debe haber terreno o escenario para la misma, por lo que parece ineludible considerar dentro de nuestro querer las posibles consecuencias con respecto al suelo que hace posible concretar dicha querencia. Dicho en otras palabras, si el principio de responsabilidad puede ser formulado es porque, en principio, hay un sujeto y un lugar que lo permiten. La continuidad de la humanidad en la Tierra son otra forma de mostrar cómo presente y futuro se anudan de una manera que resulta complicado y peligroso pensar su disociación.

Una fuerte razón para atender al principio de responsabilidad, al imperativo arriba señalado, está en el temor a que dejen de ser posibles los actores o el escenario. El compromiso ético y moral con el futuro parece sustentarse más en el temor al mal supremo futuro que al deseo de mantener un presente. De manera que si deseamos seguir haciéndonos presentes en la Tierra bien vale la pena atender al temor de ya no estarlo, a ese estribo que da poder al imperativo que manda incluir en nuestro querer el resguardo del futuro.

Esto no es sino el inicio del debate, sólo el planteamiento de una propuesta de principio regulador para los tiempos presentes. Sin duda que en la medida en que se atienda a sus aplicaciones concretas y específicas podrán irse viendo sus limitantes, puntos fuertes y flacos. Particularmente al ir dando contenido concreto a lo que por “vida humana auténtica” pueda entenderse –punto escabroso, diverso y polémico que recorre la historia del humanismo. Mientras tanto, parece bastante razonable el hecho de plantear que para que en principio exista un futuro, desdeñable ontológicamente y deseable éticamente, es mejor que desde él nos llegue la frase que llama al temor y a la conciencia: en el principio fue la responsabilidad…

Archivado en Ética, Filosofía moral, Futuro, Humanismo, Responsabilidad, Tierra, Valores
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