Mucho se ha dicho de Michel Houellebecq: que si es un grande de las letras del país del gallo, que si plagió la Wikipedia, que si es un misógino redomado…, muchas de ellas ciertas y otras no tanto. Me acerqué a la primera obra de este literato francés tras ver que una de las películas más premiadas del Festival de Tribeca (mejor guión y premio especial del jurado) fue un falso documental durante su desaparición la pasada década, y no he podido alegrarme más. Ampliación del campo de batalla (1994) es un desesperado grito de socorro en plena década de los 90.
El protagonista, del que nunca sabemos el nombre, es un programador informático que no siente pasión por su trabajo, por el sexo o las relaciones de amistad. Vive solo, trabaja solo y ni siquiera tiene sexo solo. Llegado el momento, debe salir a dar unos cursos informáticos junto a un compañero laboral, lo que termina por hacer surgir en su mente una idea: esta sociedad apesta.
Houellebecq tiene un estilo ágil, descarado y desquiciado. Su ácido humor negro se va diluyendo conforme avanza la trama, siendo sustituido por la meditabunda psique del protagonista. Las imágenes que presenta de la naturaleza francesa (muy bucólica), chocan frontalmente con la idea del protagonista, que no ve esa belleza en demasía. Es más, en una de las escenas del libro, al contemplar un bello amanecer, no muestra pasión por el: es sólo una muestra de lo desapegado que está el protagonista al mundo tangible.
Al comenzar el artículo me referí a la misoginia del autor galo, presente en los primeros compases de la obra. Houellebecq no sólo dota a su protagonista de una indiferencia total hacia las mujeres, sino que las zahiere de una forma pueril y dolorosa. La obra, muy emparentada con El extranjero de Camús, es un alarido de desesperación contra la sociedad libertaria pero a la vez rígida en la que todos estamos educados. Un corto disfrute que todos deberíamos leer.