Al fondo a la derecha: “Brújulas que buscan sonrisas perdidas”

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¿Qué te parece si charlamos de la última novela de Albert Espinosa? En el mes de junio ha sido el sexto libro más vendido de ficción. ¿Qué quiere decir eso? Que por mucho que nos apetezca disertar sobre Sartre, el público tiene otros intereses. Y en Atlas cultural nos debemos a nuestros lectores… ¡Dios! ¡No me lo creo ni yo! ¡Mentiroso! ¡Aquí despreciamos a los lectores! ¿Digo la verdad? No soy tan inteligente como para penetrar en la mente y en la obra del autor de “El ser y la nada” o “La puta respetuosa”. Es bueno conocer tus propias limitaciones…

Brújulas que buscan sonrisas perdidas

Siempre he creído que es lo que somos… Traumas de la infancia… Lo que te prohibieron, lo que no te dieron, lo que te obligaron a aceptar y lo que te arrebataron crean tu carácter.

Hace unos meses me regalé Si tú me dices ven lo dejo todo… pero dime ven al pasar por un escaparate. Duró dos tardes. Y ahora he devorado sin masticar pero mascando unas Ruffles, su última novela: Brújulas que buscan sonrisas perdidas. Tarde y media. Y no soy el Usain Bolt de las letras, todo lo contrario.

Si cojo un libro, necesito estar relajado, alejarme del mundo, repanchingado en mi sofá naranja y con las piernas en alto, repasando y reposando las frases que me llaman la atención o que pienso, pueden esconder misterios. Siempre tengo a mano una lupa y un bombín al más puro estilo Sherlock Holmes, nunca se sabe cuándo tendré que empezar la investigación. ¿Esa frase o palabra tienen más de una lectura? ¿Un sinsentido más profundo? ¿Qué me sugiere el autor? ¿Qué pasará?

Sí, soy uno de esos tipos irritantes que si tropiezan con una idea original o una anécdota sorprendente, se despistan ajustando ese traje de tres piezas gris a su cuerpo, dándole vueltas y más vueltas a su nuevo hallazgo mientras siguen con la mirada vacía el vuelo de una mosca. Me llaman egoísta, me llaman perro… vasco.

Albert Espinosa

¿Qué regusto me ha dejado la novela? A jamón. No, eso eran las Ruffles. Irreal, escasa, lejana. Una historia que podría haber estado bien, mejor contada. Una historia desaprovechada. Estuve a punto de abandonar su lectura en las primeras páginas, ¿es posible tanta desgracia? ¿Tanto drama? ¿Tantas enfermedades y accidentes? ¿Seré capaz de digerir una tragedia tras otra sin tirarme por la ventana? Si giras el pomo y entras en la narración, de pronto notas que te forran con una tela de sufrimiento y te dejan a oscuras. En la habitación solo se ven tus ojos blancos, como en los cómics.

Y sin embargo, quizás sea la acumulación de desdichas, pero todo eso se torna ligero, artificial, no es la peste de tristeza y desolación que te contagian Los enamoramientos de Javier Marías, no sientes ese ambiente opresivo, no hueles a cirios y a incienso, ni escuchas rezos susurrantes. Aquí puedes seguir leyendo sin poner en riesgo tu equilibrio emocional. Y por supuesto, con todo mi respeto hacia Albert, aún no domina el oficio como el Rey de Redonda.

A pesar de tanta desgracia, no empatizo ni me identifico con el protagonista, por mucho que se llame Ekaitz, igual que un amigo mío del gimnasio, que por cierto, solo hace dominadas cuando hay mujeres mirando. No. El chico pretende ser sensato, y sus comportamientos y reflexiones solo consiguen que arquee las cejas. Seré raro. No entiendo nada, tengo que comer más pescado. Ni a mi amigo, ni al protagonista. En algunos párrafos me paro y pienso, ¿es Albert Espinosa o Paulo Coelho? No es mi estilo.

Narrada en primera persona, con frases cortas, sin grandes descripciones, al principio te resultará un tanto confusa, te aviso. Te desconcertará su continua utilización de puntos suspensivos… hasta que te acostumbras. El título de cada capítulo ocupa una hoja en blanco. Curioso. El autor del guion de Planta 4ª, va engarzando con mucha habilidad el presente y el pasado. Precisamente, eso es lo que más me ha gustado. Cómo gotean sucesos lejanos, y no salpica. La dedicatoria de un libro que le regaló su abuela a su padre; el hotel de las frases en la almohada; la primera película que rodó en el cine; los “tun” de sus hijas gemelas; los dos anillos; detalles y datos que parecen intrascendentes, y que después añaden emoción y sentido a la historia.

Nunca dejaré de buscar mi archipiélago de sinceridad… ¿Quieres formar parte de él?

Jamás nos mentiremos… Escúchame bien, eso implica algo más que ser sincero… En este mundo mucha gente es falsa… Las mentiras te rodean… Saber que existe un archipiélago de personas que siempre te dirán la verdad vale mucho… Quiero que formes parte de mi archipiélago de sinceridad…

Saber que puedes confiar en la otra persona, que nunca te mentirá, que siempre te dirá la verdad cuando se lo pidas, no tiene precio… Te hace sentir fuerte, muy poderoso…

Y es que la verdad mueve mundos… La verdad te hace sentir feliz… La verdad creo que es lo único que importa.

Bueno, voy a ser un poco más concreto, voy a aclarar un poco la trama. Y como es julio, el mes del Tour de Francia… nuestro protagonista pedalea jadeante en la etapa más montañosa de su vida. ¡Dios! ¿Alguien puede cortarme un dedo por cada frase tontorrona que escriba? Sigo. El argumento. Su madre murió cuando era un niño, y su mujer cerró los ojos hace bien poco a causa de un accidente de tráfico. Dos de sus tres hermanos, los gemelos… también están enterrados. La relación con su padre es… digamos, complicada. Lo odia.

Pese a todo, ahora ha decidido cuidarlo en sus últimos días, vuelve a casa, tiene que cumplir una antigua promesa que hizo en el centro de un campo de fútbol; junto a un lago. El “viejo” está enfermo de cáncer y sufre alzhéimer. Por las tardes y por la noche soporta terribles dolores que más tarde olvida. Además, por si todo este calvario fuera poco, la educación de sus niñas, también gemelas, es una carga que le supera, y para eso, se apoya en una de sus cuñadas viudas. Me tiro, en serio. Me tiro por la ventana…

Brújulas que buscan sonrisas perdidas

Si tuviera que decirte qué dirección nos marca Brújulas que buscan sonrisas perdidas, no habría dudas. En el norte está el perdón. Y en el sur, los secretos familiares. En puño cerrado no entran moscas, señor despistado, pero se esconden sonrisas de oreja a oreja. Si quieres entender esta frase, tendrás que leer el libro, querido lector, no quiero destripar tanto. Es una de las escenas más entrañables y emotivas.

Lo que no quiero dejar de comentar es algo que estaba presente en cada página. Veamos. Un buen hijo haría casi cualquier cosa por sus padres. ¡He dicho un buen hijo! ¡No hablo de Damien, ni de los chicos del maíz! Me refiero a El hijo de la novia o Daniel Brühl en Good Bye, Lenin. De hecho, yo pensé que Ekaitz se disfrazaría de ayudante de dirección durante un tiempo para cumplir el último deseo de su padre, para rodar esa ridícula película esencial. Pues no. ¿Demasiado dolor, quizás? ¿Demasiado sacrificio? ¿Demasiado previsible? ¿Demasiado bueno?

Termino, no quiero que se te quemen las alubias que tienes al fuego. Mi conclusión es que me gustan mucho más los títulos de sus obras que sus novelas, así que a partir de ahora, disfrutaré de sus portadas en los escaparates de las librerías y entraré a comprar… libros de otros autores.

Estaba bella. Siempre he pensado que personas que realizan actos altruistas respiran de otra manera y generan a su alrededor una energía tremenda.

¿Crees que las novelas de Albert Espinosa son libros de autoayuda novelados? ¿Te gusta su estilo? ¿Crees que aún tiene en la yema de sus dedos una gran historia? ¿Un libro maduro?

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