La lista de actores que participan en este film es abrumadora. Vamos de un simpático Robin Williams hasta el sobrio Alan Rickman pasando por John Cusack, Liev Schreiber y James Marsden. Todos dando vida a los distintos presidentes de los Estados Unidos desde Eisenhower hasta Ronald Reagan que, además de haber pasado por el cargo político más importante de su país, tienen en común el haber sido atendidos por Cecil Gaines (Forest Whitaker), mayordomo de la Casa Blanca.
Pero antes de llegar a la sede del poder americano hay que volver atrás, a las plantaciones de algodón que fueron escenario de la brutalidad de la esclavitud en el país de la libertad. Ahí nació Cecil y ahí se convirtió en un “house Negro”, una etiqueta peyorativa para el esclavo que tenía que servir a los blancos poniendo su mejor cara, haciéndose invisible para no importunar al amo en sus tareas. Algo que el joven Gaines aprendió a hacer tan bien que despertó el interés del encargado de personal de la Casa Blanca.
Claro que ni en un puesto de trabajo como ese se puede escapar a la humillación y a la injusticia de recibir una paga menor solamente por el color de la piel. El contraste es abrumador: los sirvientes de la Casa Blanca se codean con los hombres capaces de cambiar la realidad que ellos, sus hijos, hermanos o amigos sufren y padecen. Menosprecio, segregación, falta de oportunidades y toda una lista que justificaría el más hondo de los desprecios tiene que verse maquillada con una sonrisa y una buena dosis de silencio. El mayordomo del presidente es una sombra incluso cuando se discute si es tiempo de acabar con la rebelión en la que participa su propio hijo.
La historia se cuenta, por tanto, en tres niveles: los movimientos y luchas sociales de la época, la situación familiar de Cecil y su vida al interior de la Casa Blanca. Del otro lado de la pantalla el espectador puede ver como el gran contexto afecta una vida singular, irrumpe en el seno familiar en el que el hijo del mayordomo de la Casa Blanca se codea a su vez con Martin Luther King. Mientras los grandes cambios sociales se gestan, Cecil sirve el té pacientemente y charla con el hombre capaz de regresar la tranquilidad a su familia (y a muchas miles más). Un acto revolucionario que se realiza de manera lenta y silenciosa, tal y como lo describe el mismo King explicándole al joven hijo de Cecil la razón para sentirse orgulloso de su padre.
La película muestra cómo las decisiones personales impactan en aquellos que nos rodean. La familia Gaines está tironeada por el servicio y la lucha, por el respeto a las formas y la transgresión como protesta. Ambos caminos, no obstante, pueden generar un cambio, ambos conectan con la compleja realidad que tira sus hilos de tal manera que no puede moverse uno solo sin que la red entera lo resienta. Gran lección para quienes creen que sólo hay una vía para conseguir lo que se cree justo y un importante recordatorio para los que piensan que movimientos como el Ku Klux Klan están muy lejos en el pasado.
Las actuaciones son notables. Whitaker ofrece un personaje contenido que retrata a la perfección las dos caras necesarias en su trabajo, pero no se podía esperar menos de este actor que tiene ya una merecida estatuilla dorada en casa. La verdadera sorpresa está en su mujer, Gloria Gaines, encarnada nada más y nada menos que por Oprah Winfrey. La gran estrella de la televisión nos regala escenas donde se devora la pantalla dejándonos con la boca abierta. Debo confesar que esperaba impaciente el final para corroborar su nombre entre los créditos, pero sí, es Oprah quien acompaña a Whitaker sin desentonar en ningún momento.
Buena banda sonora, notable trabajo de maquillaje y la fotografía está a la altura de la película. Si ya habéis viajado por el espacio con Cuarón, es hora de volver a la Tierra y disfrutar de un viaje por la historia de los movimientos sociales en Norteamérica. El mayordomo de la Casa Blanca os espera con unas deliciosas galletas para iniciar el recorrido. Os puedo asegurar que no tiene desperdicio. Eso sí, llevad pañuelos que puede que os hagan falta.