Una ceremonia de entrega de premios televisada siempre recibe las mismas críticas, una y otra vez. Sean los Goya, los Oscars o el que toque. No nos engañemos, no hay ceremonias divertidas. Las hay más o menos dinámicas, cortas o llevaderas, sin más. La de anoche tuvo sus cosas buenas y sus cosas malas. Momentos especiales, graciosos y de vergüenza ajena.
Lo mejor de la gala fue la exaltación de nuestro maltrecho cine. Hace falta ser reivindicativo siempre, sobre todo en una sociedad tan dormida como la nuestra. El cine español está maltrecho económicamente, pero no de talento. Se hacen muy pocas películas pero las que llegan a los Goya siempre suelen tener un nivel bastante alto. Los ganadores también fueron de lo mejor, sobre todo el gran triunfador de la noche, David Trueba, que se excedió en sus tres discursos, sí, pero lo que dice tiene tanto sentido que podrías escucharlo durante un buen rato más. Todo un ejemplo de lucidez e inteligencia. Pero no sólo él, también Javier Cámara y Terele Pávez, que consiguieron emocionarnos entre tanto aburrimiento.
Lo peor fue la gala en sí. Aparte de aburrida, le faltó originalidad. De lo poco que se puede salvar fueron las incursiones de Fuentes en las películas candidatas, no es nuevo lo sé, pero los sketches con Miguel Ríos y Alberto Chicote fueron algo diferente. Y, por supuesto, el número de Alex O’Dougherty y el topless de Joaquín Reyes, genial como siempre tras el no tan brillante sketch chanante al que nos estaban acostumbrando.
Nunca me gusta destacar lo negativo, pero en esta ocasión me veo obligado a hacerlo. Lo primero es el lamentable número musical, todavía no consigo entender por qué nuestros actores no están preparados para sacarlos adelante con decencia. Además, parecía que lo habían preparado un rato antes en el backstage. Si a eso le sumamos que no se escuchaba el sonido de la orquesta de RTVE, que se habían molestado en tenerla presente, el resultado ya es fatal. También me sorprendió muy negativamente la realización de la gala. Me extraña por la experiencia que tiene el ente público en televisar grandes eventos de todo tipo. Valga como ejemplo planos desenfocados, otros en los que se colaba la grúa y hubo presentadores de premios que se marcharon sin haber tenido siquiera el clásico plano medio.
La gran triunfadora de la noche fue Vivir es fácil con los ojos cerrados, de David Trueba, que se hizo con los principales premios: Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actor, Mejor Guión Original, Mejor Música Original y Mejor Actriz Revelación. Merecido, sin lugar a dudas, pues estamos ante una película entrañable. Cuantitativamente, ganaron Las brujas de Zugarramurdi, de Alex De la Iglesia, aunque sus premios fueron todo técnicos excepto el mencionado de Terele Pávez, que fue reconocida al fin. Aquí puedes ver la lista completa de premiados.
En definitiva, se vivió una gran noche de cine español, que demostró que tiene tirón entre la población pues, aunque perdió audiencia, se mantuvo como el programa más visto de la noche. Entre todos debemos darle el impulso que merece, con el fin de subirle la autoestima y despojarse de los eternos complejos de los que sufre. La prueba más fehaciente de que nuestro cine y sus correspondientes premios son más que importantes, es el gran entusiasmo que muestran los ganadores a la Mejor Película Iberoamericana. Ocurrió el año pasado con los cubanos de Juan de los Muertos y ha ocurrido este año con la venezolana Azul y no tan rosa, cuya felicidad de su director contrasta con la poca importancia que algunos le siguen dando los Goya.
Por último, quisiera dar el enésimo tierno de orejas al Ministro de “Educación” y “Cultura”, José Ignacio Wert, que decidió concertar una reunión en Londres para evitar asistir allí donde iba a ser el blanco de todas las críticas y reproches de todo aquel que se pusiera delante de un micrófono. Y con razón, porque Wert ha consumado un venganza servida muy fría contra el cine español por aquella gala del No a la guerra. Brillante estuvo David Trueba con esta frase:
Qué sería de la vida si no nos insultará la gente que nos debe insultar.