Entramos en la semana de los Oscars y todavía no hemos podido analizar muchas de las películas nominadas. Esta semana nos dedicaremos a ello. Por fin he podido ver The Wolf of Wall Street, la última de Martin Scorsese, uno de mis directores más admirados y por el único que soy capaz de recorrer cien kilómetros para ver su película.
Desde que tengo uso de razón, siempre quise ser un gangster.
Es la mítica frase con la que empieza Goodfellas (Uno de los nuestros), película que el propio Scorsese dirigió en 1990, basándose en una novela de Nicholas Pileggi llamada Wiseguy. Aquel chico listo, Henry Hill (interpretado por Ray Liotta), soñaba con pertenecer a la mafia. El glamour, los trajes, las mujeres, el dinero y la escasez de alternativas acercaban cada vez más al chico a su sueño. El chico listo ha sido una constante en la carrera de Scorsese. Se han repetido en varias ocasiones. En The Wolf of Wall Street, éste se despoja del glamour, pero no del dinero, de los trajes ni de las mujeres. No, estos espabilados no tienen las manos manchadas de sangre, pero su código de honor no le llega a la suela de los zapatos italianos al de los mafiosos. Y eso que ganan más dinero que los gangsters y su actividad es legal hasta cierto punto.
Dinero es una mansión que empieza a derrumbarse después de diez años, el poder es el viejo edificio de roca que resiste por siglos.
Y tiene razón Francis Underwood (Kevin Spacey en House of Cards), porque lo que ganó Jordan Belfort con sus transacciones bursátiles le aseguraron un ascenso rápido y fácil, pero fugaz. El dinero le dio poder, cierto, pero era un poder ficticio, tan efímero como lo que tardaban en salir los billetes de su bolsillo o lo que duraban los efectos psicotrópicos de las drogas que consumían.
Puestos ya en situación, vamos a hablar de la película. Martín Scorsese no para de sorprenderme. Es un tipo que no se cansa de hacer cine. Lo hace con vocación, amor y pasión. Y eso siempre se nota en cualquier trabajo. Ha tocado la mayoría de géneros que existen y se atreve con todo lo que él cree posible. The Wolf of Wall Street no nos ofrece nada novedoso en su filmografía. Está llena de situaciones y personajes muy reconocibles. Esta vez se adentra en el mundo de Wall Street y lo hace de forma contundente y con mucha verdad, aunque a veces cueste creer que lo que vemos en pantalla haya podido pasar en realidad.
Es una película larga y sé que ya han leído esto, pero es que es cierto. Se pasa volando. Porque el ritmo que le imprime el maestro es vertiginoso, porque lo que cuenta nos interesa y porque los personajes enganchan. Leonardo DiCaprio está casi perfecto durante toda la película, logrando el trabajo más redondo de su carrera. Ya ganó el Globo de Oro y si todo sale como debe, ganará su primer Oscar, ese que tanto se le ha resistido. Pero en la película no sólo brilla él. Los secundarios están a la altura, sobre todo Jonah Hill, un actor al que estábamos acostumbrados a ver en películas de menos enjundia y ha sido una grata sorpresa, algo parecido a lo que le pasó a Matthew McConaughey, cuya carrera ha dado un giro de 180 grados con papeles como el de Dallas Buyers Club o en la serie de HBO, True Detective. En esta película su aportación es breve pero magistral. En definitiva, un despliegue de actores en el mejor momento de sus carreras.
La película tiene un ritmo endiablado. En mi opinión, muy acertado porque nos consigue transmitir las sensaciones de los personajes, una montaña rusa. Muy poco respiro nos da Scorsese, en un filme en el que no sobra ninguna escena. En todas pasa algo y algo muy interesante. De hecho hay multitud de escenas que se convertirán en míticas con el tiempo como la de los ludes caducados y sus efectos. Los diálogos que ha escrito Terence Winter también son brillantes. El creador de Boardwalk Empire demuestra que es un gran escritor, a la altura de los mejores. Véase la escena del yate en la que Belfort mantiene una cordial discusión con el agente del FBI.
A Scorsese se le echa en cara cierta equidistancia a la hora de contar la historia. No se involucra. Y no tiene por qué, él no es ningún juez, es un contador de historias. Y The Wolf of Wall Street precisamente está muy bien contada. Una de sus mejores películas. Excesiva, un poco, pero necesaria para reflejar la fauna que habita en la selva de Wall Street, aquellos que tienen el mundo en sus manos. Teniendo en cuenta cómo se las gastan, creo que se quedó corto.