“Sólo Dios perdona”, yo no tengo más remedio que olvidar

COMPARTIR 0 TWITTEAR

Si quieres caminar por el lado salvaje, cómprate un disco de Lou Reed, no malgastes los euros en una entrada de cine para ver este bodrio. La película de Nicolas Winding Refn lleva una semana en la cartelera, y es posible que mi consejo llegue tarde. Me fustigaré por ello, me clavaré un tenedor en cada ojo. Un ejercicio de estilo que sus seguidores y amigos jalearán, aplaudirán a rabiar, y el resto de espectadores… simplemente, abucheamos. Sangre y aburrimiento. Prefiero ver cómo teje su tela una araña en el marco de la ventana de mi habitación. No es cuestión de expectativas, no es que la sombra de “Drive” sea muy alargada, la desgracia es que no brilla nada el neón de “Sólo Dios perdona”. Fundido a negro.

Ryan Gosling

Decía Isaac Asimov que la violencia es el último recurso del incompetente… y no sé si terminar aquí mi crítica, así mañana no tendré agujetas en los dedos. Bueno, no. Sería injusto. Mi gancho y mi uppercut no son tan potentes como para tumbar a alguien de un solo golpe. Y necesito ver cómo cae a la lona esta bestia. Sólo Dios perdona es una película dirigida por Nicolas Winding Refn, al que probablemente recordarás conduciendo la estupenda Drive, otra historia protagonizada por el prometedor Ryan Gosling, o si eres un cinéfilo más salvaje, en la despiadada y aun así interesante, Valhalla Rising.

Cartel

Si esta semana no has ido al cine porque tenías que terminar de leer la Ciencia de la lógica de Hegel o hacerte la manicura, te diré que Sólo Dios perdona es el sueño de Steven Seagal y la pesadilla de cualquier homínido con más de una neurona despierta. El coletas difícil de matar estará rabioso, con los ojos salpicados de sangre, inflándose de envidia porque es la película que siempre quiso protagonizar. Cruel, vacía, superficial, pretenciosa, sangrienta y confusa. Una carnicería brutal… y sin embargo, soporífera. Voy a tomar una cerveza.

En esta “narración” no te piden perdón ni antes ni después de pisarte, Dios está jugando a los dados y se olvida de los espectadores. Se olvida de entretener. Las sombras te engullen y caes en una absurda espiral de furia injustificada, donde su director se ensaña y profana el buen gusto, quiere remedar Kill Bill, aunar estética y excesos, barbarie y belleza. Y se hace el haraquiri. Esto no es cine de autor, ni una inteligente obra de David Lynch; ni Kubrick; ni Haneke. Y mucho menos, una tragedia griega.

Sitúate. Un Bangkok de neón. Julian, un exiliado al que busca la justicia estadounidense, dirige un club de muay thai, esa especie de boxeo tailandés. En realidad, el local es una tapadera para traficar con estupefacientes. Hasta ahí, todo correcto. No es original, pero podría tener su punto un domingo de resaca. Su madre, la cabecilla de la organización criminal, desembarca procedente de Estados Unidos en cuanto se entera que han asesinado al hermano de Julian, un incondicional de los tugurios tailandeses. Quiere repatriar el cuerpo de su hijo favorito, Billy. El inocente chico que antes de morir, había masacrado sin piedad a una prostituta menor de edad. Con nocturnidad y alevosía. Un santo que merece una cruz.

Kristin Scott Thomas, la madre, la arpía, bañada en odio y venganza, relamiéndose y adorando aún el pene de Billy, que como ella misma describe, lo tenía más grande que su brother, exige a Julian la cabeza de los asesinos. La cabellera. Nuestro hierático protagonista deberá entonces enfrentarse a Chang (Vithaya Pansringarm), un extraño policía jubilado, jefe de la mafia local y aficionado al karaoke. No te rías, condenado. Sí, le gustan los micrófonos y las catanas. Te juro que te darán ganas de ahorcarte cuando escuches sus tonadillas.

Violencia

Los que dicen que esto es una experiencia visual deberían ver Gravity y dejarse de milongas. Ni marinero, ni capitán, este barco se hunde. Y espero que pronto sea chatarra oxidada en el fondo del mar. Este thriller es una oda a la ley del talión, y aunque no hay vaqueros sí hay gente que hace el indio. Ojo por ojo… y el mundo acabará ciego. ¿Llegamos tarde?

Ryan Gosling no pestañea, traga saliva, es un tipo atormentado, silencioso e impasible; solemne. Soso de etiqueta. Un personaje al que quieren disfrazar de Edipo, y sin embargo, al estar hueco, se desvanece, y la ropa cae al suelo por su propio peso. Prefiero destacar al encargado de la fotografía, Larry Smith. Gran trabajo. Supongo que el guion lo escribió el mismo Nicolas Winding Refn en una servilleta un día que quedó para tomar café y le dieron plantón. Casi no hay diálogos… y no estamos ante un director que critique la incomunicación, precisamente. Una historia que pretende ser turbia, y se queda en confusa, que aspira a provocar y arranca repugnancia, que desea excitar el morbo y no se da cuenta que vive en el sótano del vainilla de Christian Grey. Un laberinto tan profundo y complejo, que me temo que dentro de 3000 años aún estarán escarbando significados. Ejem.

Artificiosidad barroca. Rojo fluorescente. Sangre seca. Neón asiático, a años luz del visto en Blade runner. En serio, Sólo Dios perdona es un relato incoherente, un narcótico que te despierta a ratos para tatuarte en las retinas escenas brutales supuestamente, bellísimas. Rectifico. Retoco mi idea principal. Steven Seagal jamás se dejaría dirigir al filo del bostezo. Agarraría de la pechera al autor de este engendro a grito pelado: ¡Más ritmo! Nicolas podrá dedicar la película a Alejandro Jodorowsky; y yo este artículo a Charles Bukowski… y qué. Qué más.

Archivado en Cine, Kristin Scott Thomas, Nicolas Winding Refn, Ryan Gosling, Sólo Dios perdona, Violencia
COMPARTIR 0 TWITTEAR

Comentarios (17)

Usa tu cuenta de Facebook para dejar tu opinión.

Otras webs de Difoosion