Notable debut de Yaron Zilberman como director. Claro que el trabajo de los grandes actores que le han acompañado ayuda mucho, pero es de hacer notar su capacidad para llevar la historia. El último concierto es una película construida sobre los acordes de las complejas relaciones humanas. Un grupo de músicos, el cuarteto “La Fuga”, ha deleitado al público por muchos años. Pero la edad y la enfermedad han alcanzado al mayor de sus miembros, Peter Mitchell (Christopher Walken), por lo que el cuarteto peligra y todos los demonios se liberan. Es ahí cuando la música se vuelve indispensable.
Punto y contrapunto, una fórmula que servirá de base a la música de Occidente. Una auténtica revolución musical que es central para ese procedimiento musical que conocemos como fuga. La expresión del diálogo, el sujeto y el contrasujeto luchando por la primacía aunque, en realidad, lo que hacen es formar un tercero armónico que nos embelesa. No había mejor nombre para un cuarteto que combina las explosivas personalidades de un grupo de músicos: perfección, pasión, serenidad, emotividad.
Daniel Lerner (Mark Ivanir) es la búsqueda de la perfección. La necesidad de comprender el sentido de la música y de transmitir la intención original del autor de la pieza. No hay espacio para desviaciones, la repetición y la práctica hacen al maestro. Claro que lo que se sacrifica es la pasión, la capacidad de improvisación que es donde emerge la creatividad y donde se esconde la posibilidad de la innovación. Aunque el desequilibrio del grupo logra romper con sus esquemas gracias a una bella violinista muy cercana a los miembros del cuarteto: Alexandra Gelbart (Imogen Poots).
El contrasujeto está entonces en esta pasión liberada: Robert Gelbart (Philip Seymour Hoffman). Un sujeto sumamente creativo encadenado al papel de segundo violín. Sus ansias de protagonismo surgen en el momento en el que el grupo se tambalea, aunque no será lo único con lo que tendrá que lidiar ante un auténtico retorno de lo reprimido. Hoffman nos ofrece una de sus acostumbradas interpretaciones dando altísimas notas en la pantalla. Notable la escena en la que confronta a Daniel a mitad de un ensayo y auténtica paleta de colores para la melodía de la película.
Pero nada de esto sería posible sin la pérdida del fiel de la balanza: Peter Mitchell. Walken nos ofrece un personaje tocado por la muerte de su esposa y atormentado por la idea de volverse una carga con el avance de su enfermedad. Algo que le hace dejar de ser la fuente de serenidad y experiencia en el cuarteto que conforma con sus tres alumnos. Es él quien ejerce de contrapunto a la energía de Hoffman en la pantalla, aunque su papel en la historia sea otro. Un viejo lobo de mar que logra cautivarnos y dar una última gran lección: es de sabios saber reconocer el momento del retiro.
La emotividad y el cuidado son tarea de Juliette Gelbart (Catherine Keener). Aunque su interpretación cojea un poco y queda como una pluma que es llevada de un lado a otro sin que demuestre mucha decisión con respecto a lo que busca y realmente quiere. Es superada por Poots en una escena clave para ambos personajes y realmente tiende a quedar en una auténtica “tierra media” tironeada por el cariño, el amor y un supuesto deseo que no termina de mostrarse. Único punto en el que se puede decir que hace falta trabajo del director: los personajes femeninos.
Con los ingredientes servidos no queda sino hacer las combinaciones pertinentes. Celos, amor, traición y arte, mucho arte. El cuarteto “La Fuga” nos brinda una ejecución limpia, no perfecta, pero lo suficientemente cercana como para convertirse en un film digno de recomendación. Para los amantes de la música y del buen cine no hay mejor opción. También para quien se encuentre en uno de esos momentos en los que es necesario hacer un alto en el camino y mirar un poco hacia atrás para mirar lo que se ha hecho. Algo que siempre es mejor hacer con armonía, es decir, con un poco de música saliendo del alma.