El contexto bélico de 1942 no nos resulta tan lejano. Su sombra todavía se dibuja hoy que la atención se centra sobre Siria. Un ejemplo más de lo que se esconde detrás de ese infame discurso de la seguridad, tal y como Eugenio Trías lo advierte en La política y su sombra (Anagrama, 2005). Hoy, hace 71 años, Barcelona le daba la bienvenida al mundo a este autor que nos regalaría más de 30 obras donde se dibuja su filosofía del límite. Una poderosa herramienta para pensar la realidad, el mundo, lo que aparece. Tarea más que necesaria ante lo persistente de la gran sombra de la razón.
Mientras tanto, en los pasillos de la universidad donde pasó su últimos años de vida docente, la soledad se despliega. El silencio acompaña las aulas en las que la voz de un filósofo en toda regla se recrea ahora a través de la memoria. Un niño que asumía radicalmente las preguntas. Una pregunta encarnada que encontró en el límite su piedra de toque, el concepto que le serviría para fundar la ciudad de su propio pensamiento. La labor urbanística fue intensa y meticulosa. Entre las murallas, mágicamente permeables, ha quedado el sonido de la música que fue su eterna compañera. Un logos musical que expresa ideas de un modo distinto al del habla cotidiana de la filosofía. Algo que él sabía escuchar perfectamente.
“Algo abismal hay en todo verdadero amor” (Meditación sobre el poder, 1976). El amor de Eugenio por la música es el de Tristán e Isolda, es el de esos bellos ojos que desmoronan al sujeto suspendiéndolo como lo que realmente es: un conjunto de fuerzas clauso en los límites de la piel. La escucha, la verdadera escucha, retira el suelo fijo de lo que llamamos realidad. El abismo sube y la prueba de la propiedad se fragua. Henos aquí ante nosotros mismos, es esta la única y verdadera guerra que hay que librar. Pero se trata de un drama que tiene en el amor, en Eros, su guía, su faro. Son las obras de amor las que dan cuenta de nuestro andar y de nuestro propio poder y poder propio. Eugenio sabía bien que es el arte el que permite que las cosas muestren esta potencia, por eso encontró en la música una voz que había que esforzarse por atender.
Hoy sólo nos quedan ejercicios de memoria. Eugenio Trías nos dejó hace meses. Pero su voz se recrea en su obra, en cada lectura, en cada texto que suscita. “Recordar no es operación de simple nostalgia: consiste en dar de nuevo vida a lo que ha dejado de tenerla” (Meditación sobre el poder, 1976). Es por ello que él se ha ido, pero sigue viviendo. El reto es tener la valentía de mantener la tensión del pensamiento, no abandonar la tarea de la filosofía en tiempos en los que la voz de las cosas reclama un espacio. La aventura filosófica continúa, el drama musical no ha dejado de sonar. Valgan estas breves líneas como recuerdo del maestro que todavía tiene mucho que decir a través de sus páginas. Hemos de seguir el hilo en soledad, porque “también en soledad se fraguan los grandes amores y las grandes revoluciones del amor”. Que hablen las obras, que hagan música las obras de amor.