En el primer capítulo de esta serie comencé tratando la alteridad como la condición de ser otro, un otro distinto al yo, pero que, por sus diferentes características, guardaba una estrecha y cambiante relación con el sujeto. La definición inicial de la otredad como condición de ser otro puede moldearse de tal forma que adquiera otro valor, y esa alteridad no nazca, explícitamente, de uno mismo (como sucede en el desdoblamiento del yo), sino que lo deseado se adquiere de un otro, que se encuentra fuera de nuestro cuerpo y, además, separado por altos y gruesos muros. Este aspecto de la alteridad será la fuente de la que beba este segundo artículo de la serie La otredad.
Gilles Deleuze:
El otro es la expresión de un mundo posible, el otro es la estructura que hace posible su funcionamiento.
In the mood for love (Wong Kar-wai, 2000) nos traslada a una férrea y sólida cultura china, subordinada a su tradición. Entre las paredes que encierran a este particular mundo, habitan dos seres situados en polos opuestos. Su Li-Zhen (Maggie Cheung) y Chow Mo-Wan (Tony Leung Chiu Wai) comparten la experiencia de la mudanza a un nuevo hogar, y se sorprenderán al comprobar que convivirán en la misma planta del mismo edificio, siendo únicamente una pared lo que Wong Kar-wai levanta para separarlos. Bajo la magistral dirección del director chino, la pared se convertirá en un protagonista más de la narrativa, separando al yo del otro.
La pared será tanto el elemento físico que separe una vivienda de otra, como la representación de una sociedad china que tiene por bandera la negación pública de los sentimientos. Y este muro, que al principio parece insalvable, irá disminuyendo su presencia, dejando entrever algunas grietas, por las que los personajes irán descubriéndose. La pared ganará un aliado más en su batalla por separarlos: sus respectivos matrimonios serán la fuerza centrífuga que impida el acercamiento.
In the mood for love focalizará toda la atención en estos dos personajes, dividiéndose la trama en dos partes distintas: en la primera parte el protagonista indudable es la alteridad, el desconocimiento del otro, pero también la capacidad de ser ese otro. En este caso, la otredad será el inicio de un pacto amoroso que se llevará a término en la segunda parte. Tanto él como ella irán acercándose, conociendo sus propias necesidades y comprobando que esas necesidades las puede adquirir en el otro. Wong Kar-wai no nos muestra nunca a las parejas de los protagonistas y, de hecho, nos demostrará que son ellos (los protagonistas) quienes recorrerán el camino, primero en solitario, asumiendo individualmente esa falta en sus vidas, para luego, ya juntos, hacer pedazos todos y cada uno de los muros. Se constituye, entonces, el otro como la expresión de un mundo posible.
Cuatro años después, un director francés nos sorprendía al presentarnos una trama descompuesta en piezas de puzle que componían una dolorosa pero bella historia de amor. Más allá de las complejas estrategias narrativas de Michel Gondry para construir la excelente Eternal Sunshine of the Spotless Mind, interesa la creación de la relación entre Joel Barish (Jim Carrey) y Clementine Kruczynsky (Kate Winslet). Si en el ejemplo anterior, entre Su Li-Zhen y Chow Mo-Wan, se interponían infinitos obstáculos, entre Joel y Clementine la única línea que les separará será las personalidades opuestas que dominan a cada uno de los personajes.
El relato cuestionará las formas tradicionales de narración, así como la moralidad en algunos de los avances tecnológicos de nuestra era, en concreto, la posibilidad de poder borrar de nuestra memoria a quien deseemos olvidar. Pero, sobre todo, en lo que se apoyará la historia será en la confección de un yo y un otro, que pese a ser lo opuesto, como sucedía en los personajes de Wong Kar-wai, contendrá todo lo necesario para hacer posible su pequeño universo. Será, en definitiva, una razón para creer. Cuando Clementine decide borrar de su memoria a Joel, en una acción impulsiva propia de su personalidad, el propio Joel, por venganza y por necesidad para seguir con su vida, acordará seguir los pasos de Clementine y borrarla también de su mente.
Cuando todo parece derrumbarse (literalmente, ya que los mundos en la memoria de Joel que contienen recuerdos de Clementine se van destruyendo uno a uno), Joel observa en el otro, es decir, en Clementine, el factor indispensable para hacer funcionar su mundo. Y el final de la película evidencia este hecho: antes de someterse a la operación de lavado de memoria, los encargados de tal proceso piden a sus pacientes razones que les llevan a borrar a esa persona de su vida. Las razones estarán compuestas por todo lo que ese yo no es, es decir, por ser ese otro lo opuesto a él. Lo que descubrirá cada uno de los personajes es que en la diferencia se esconden los deseos propios.
Comentaba en el primer artículo de la serie, como la trama necesitaba construir una peripecia que consiguiera llevar la narración de un punto a otro, es decir, se precisaba que algo sucediera para cambiar el orden de las cosas. Tanto en In the mood for love como en Eternal Sunshine of the Spotless Mind, aterrizamos en un mundo virgen, donde dos sujetos opuestos combaten diferentes obstáculos para construir un universo propio, hecho a la medida deseada. El otro se convertirá para el yo en la expresión de que ese mundo es posible, será la razón para existir.