Grasa, el eterno enemigo. ¿Eterno? No, más bien infinito, pues la lucha en su contra tiene un inicio aunque parece no tener fin. Un poco de grasa extra en el cuerpo ha pasado de ser signo de poderío económico y belleza a ser todo lo opuesto. La clase media adelgaza, pero no en el sentido físico, sino que, si la división en clases de acuerdo a los ingresos se representara como un cuerpo, la clase media sería esa cintura cada vez más estrecha y marcada. Tendríamos un cuerpo de caderas muy abultadas y una cabeza pequeña con espacio apenas para ese par de ojos que terminarían resaltando invariablemente. En las piernas, de nuevo, el esqueleto se hace presente: unas largas y delgadas líneas que representan la larga fila de una clase baja que está en los huesos. Curioso que la cruda realidad socioeconómica se refleje en el canon de belleza.
Unas caderas voluminosas solían ser signo de fertilidad y salud. Bastaría una ojeada a la historia de la pintura para encontrarse con representaciones femeninas como las del Nacimiento de Venus en el Renacimiento o Las tres gracias en el Barroco. Ambas comparten esos cuerpos rebosantes que hablan de una alimentación completa que, sin duda, favorece la salud. Todavía hoy admiramos el trabajo de Botticelli y Rubens como obras de extraordinaria belleza. Se necesita ser muy frívolo para decir en serio que a sus modelos no les vendría mal una dieta. Más allá de la técnica, del uso del color, del sfumato o de cualquier otro elemento pictórico, sus representaciones conmueven, atrapan, nos suspenden poniendo en juego nuestras facultades, como diría Kant.
Después del siglo XVII, avanzando hacia el XIX, las cosas comienzan a cambiar acentuando la cintura y resaltando pechos y caderas. El corsé se erige, entonces, como el instrumento necesario para adquirir una bella forma. Claro que el precio podía ser una deformación del tórax y hasta la muerte por asfixia. El coste de la belleza comenzaba ya a marcar una tendencia en la que se emparentaba con lo que el psicoanálisis llama la pulsión de muerte. Sorprendentemente, no es sino hasta los años 20 que uno de los signos de la época victoriana pierde definitivamente su popularidad. Su reemplazo es el diseño de sujetador patentado por Mary Phelps Jacob en 1914, algo que quizá hoy comienza ya a ser lago accesorio, literalmente. La Primera Guerra Mundial trajo grandes cambios en todos los sentidos, pues también marca el paso de las Gibson Girls a las flappers que nacen un contexto de empoderamiento de la mujer.
Es en esta misma época cuando la vieja aristocracia ligada a las cortes se ve reemplazada por las nuevas estrellas de Hollywood. Entonces comienza el desfile: de Liz Taylor a Megan Fox pasando por personajes como Sue Lyon, Marilyn Monroe o Audrey Hepburn. La línea es evidente: cuerpos cada vez más delgados, una voluptuosidad que decae paulatinamente (sin desaparecer por completo) y una piel cada vez más pegada al hueso. La pasarela se convierte en el punto de referencia dejando muy atrás la paleta y el pincel de los grandes artistas. La moda llega para quedarse e imponer, a través de un imperio de la imagen, el canon a seguir para la siguiente temporada.
La aparición de la cirugía estética termina por darle la vuelta a todo: quien tiene acceso a estos procedimientos puede ajustar su cuerpo al molde que se vende en las pantallas (cualquiera que sea el formato). Entrenadores personales, dietas especiales, horas y horas de ejercicio. Cada elemento requiere de una capacidad adquisitiva muy alta para poder dedicar tiempo y recursos a ejecutar el plan de alimentación y actividad física. El cuerpo bello se ha mercantilizado y la inversión de los valores se consuma: en una época en la que hasta la fertilidad está al alcance del bolsillo, ¿para qué se quieren unas caderas voluminosas? No se trata de pensar o juzgar al cuerpo femenino en función de qué tan buena incubadora puede ser, sino de mostrar que hemos tirado al niño con todo y el agua sucia de la bañera.
El resultado es un corsé que asfixia de manera lenta y angustiante. La lista del perverso santoral de desórdenes alimenticios nos acompaña en el día a día. La anorexia, la bulimia, la depresión, la obsesiva y desorientada búsqueda de aceptación social, son las tiras de esta nueva y etérea prisión que esclaviza cuerpo y alma de la mujer. Su más reciente versión se extiende viralmente en las redes: thigh gap o espacio entre muslos. La idea es lograr unas piernas tan delgadas que los muslos no se toquen al juntarlas. Sí, la obsesión por adelgazar la parte baja del cuerpo social llega también al cuerpo de la juventud femenina con la que convivimos.
La guerra contra la grasa ha acabado por disociar la belleza de la salud. El ideal del equilibrio naufraga en un mar tempestuoso en el que el ideal de libertad sufre también de una terrible nausea. Es urgente, entonces, pugnar por una revaloración de la salud como forma de belleza. El derecho a una alimentación sana no es negociable, así como tampoco lo es el derecho al respeto y la amorosa aceptación en el seno familiar y en los círculos cercanos de amigos y compañeros. Un canon de belleza que implica el sacrificio del cuerpo es inhumano. Se trata de un elemento que está más allá de lo tolerable: no hay libertad sin un cuerpo que pueda ejercerla de manera plena, al menos no en este mundo. Una de las estrategias del nazismo en los campos de concentración era igualar a todos, hacer perder los rasgos faciales y corporales a través de una constitución raquítica. Acabar con la singularidad para machacar así el ánimo del preso desde todos los flancos. ¿Por qué permitir que una estética carcelaria se apodere de la belleza femenina? Este camino, al igual que el de fascismo, lleva a perder también la belleza interna en quien se deja esclavizar por sus designios.
Por eso, ante cada imagen de unos muslos que adelgazan, sean los de tu amiga, tu pareja, tu hermana, tu vecina… ayuda con un comentario: mind the gap, cuidado con el hueco. La salud se le escapa y su belleza también. Sé tan delgada como tu cuerpo lo permita dentro de los límites de lo saludable, es decir, respeta la salud de tu propia constitución, pues sólo así podrás ser real y plenamente libre y bella. Un abrazo desde aquí para quien lo necesite. Eres bella tal como eres, no necesitas verte así: