Mad Men y sus maravillosos 70

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La séptima y última temporada de Mad Men comienza con estas palabras:

¿Estás listo? Porque quiero que prestes atención. Este es el principio de algo.

En realidad es el comienzo de la exposición de una campaña por parte de Freddy Rumsen, el creativo freelance que trabaja eventualmente en la agencia SC&P. Pero entrelíneas, podemos adivinar un mensaje de Matthew Weiner, que nos avisa de que empieza el principio del fin de su serie.

Póster de la séptima temporada

Hemos llegado ya a 1969, que prácticamente podemos considerarlo como un cambio de era. El movimiento hippie ya está arraigado como forma de vida y no sólo como un movimiento social de protesta contra la Guerra de Vietnam, algo que vimos en la primavera del 68 cuando analizamos la sexta temporada. Al mismo tiempo, la mentalidad de la sociedad norteamericana está cambiando, y ya se puede atisbar cómo los hombres y las mujeres, trabajadoras o no, empiezan a valorar la felicidad por encima de los convencionalismos inamovible de principios de década (y de serie).

En el caso de las mujeres, el cambio se produce a dos velocidades. Podemos ver el contraste en Betty, que sigue siendo prácticamente la misma mujer que buscaba un estatus como consorte, sin trabajar. Pero Joan y Peggy, que se muestran cada vez más agresivas y competitivas en el trabajo, ganando batallas poco a poco (siguen sufriendo muchas derrotas), tienen carencias afectivas. Un primer germen de lo que hoy es un tópico habitual en las series americanas, que no es otro que la incapacidad de ser felices en el plano familiar y laboral en el mismo momento. Al otro lado del país encontramos a Megan, que está descubriendo la vida por su cuenta. Ella no tiene que cambiar pues nunca fue Betty Draper, sólo una joven ingenua y enamorada. Ahora los inminentes 70 la están descubriendo a ella, y ella está descubriendo que hay vida más allá del matrimonio. Por último, Sally Draper merecería un artículo para ella sola pues Weiner ha creado un personaje mítico, sobre todo porque la ha convertido en la juez de los actos de sus padres, y de los adultos en general. Su madurez en la trama adulta contrasta con su inocencia en sus propios asuntos. Una joya de personaje.

La continuidad de Don Draper está en juego

Para los hombres, también están cambiando las reglas de ese juego, de ese imperio que se montaron allá arriba, en los rascacielos. Un nuevo hombre más abierto, más moderno está desplazando poco a poco a los grandes dinosaurios que cerraban tratos entre columnas de humo y litros de alcohol. Pero tanto unos como otros se han dado cuenta de que pueden luchar contra la infelicidad. Hay tres ejemplos muy gráficos que apoyan este razonamiento. Por un lado tenemos a Don Draper y Ted Chaough, genios creativos que han tenido mucho éxito en su pasado. El primero lo anhela tras su metedura de pata en la pasada season finale y es infeliz por no gozar de su posición hegemónica del pasado. Ted, en cambio, no es feliz en la publicidad. Su trabajo ya no le gusta al tener más responsabilidad, algo que años atrás habría supuesto agachar la cabeza y trabajar para mantener a la familia que no le hace feliz. El tercero es Peter, un personaje muy odiado por todos, sobre todo por Weiner, al que ha convertido en el blanco de todas las desgracias, hasta ahora. Su traslado a Los Angeles (y su divorcio) le han cambiado la vida, no tiene rencor y hasta se compadece de aquellos que no le dejaban destacar. Su positivismo y su nueva forma de ser me ha parecido de lo mejor de esta media temporada.

Weiner está escribiendo un libro de historia en el que los protagonistas son estos pequeños relatos personales. Los grandes hitos del siglo XX también aparecen, como si de un personaje recurrente se tratara, uno de esos que cuando aparecen magnifican un capítulo. La llegada del hombre a la luna era un hecho que esperábamos ver en Mad Men, y ese hito no pudo llegar en un capítulo mejor que el final de la primera parte del fin. La muerte es un cambio como cualquier otro, y en esta serie ha llegado con cuentagotas, pero las que ha habido han conseguido crear un efectos muy poderosos en nosotros. Hay algunas sórdidas, como la de Lane Pryce, y otras con sorpresa como la de Bert Cooper, que se despidió con uno de esos momentos surrealistas que nos regala la serie de cuando en cuando.

Uno de los grandes momentos surrealistas de Mad Men

En Mad Men nunca pasa nada, dicen por ahí, pero lo que va pasando es la vida y la historia. Ambas siendo contempladas desde un rascacielo situado en la Avenida Madison. Nuestros personajes son los primeros en vivirlos, los que marcan la pauta y los que crean las tendencias. Estos conejillos de indias de entonces no sabían que estaban exportando un modelo social mimetizado años después por todo el mundo civilizado. ¿Que no pasa nada? En Mad Men pasa todo.

Archivado en AMC, Jon Hamm, Mad Men, Matthew Weiner, Séptima temporada, Series
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