A menudo solemos cegarnos por la industria yanki en lo que al ámbito audiovisual me refiero. Las HBO, Showtime, Netflix y demás nos ciegan con su amplio catálogo, sus series de calidad y sus contenidos cada vez más maduros que rivalizan con las producciones cinematográficas. Pero esa ceguera nos perjudica; nos negamos a ver que la televisión británica no solamente compite con los medios estadounidenses en cantidad, sino en calidad. La televisión nacional inglesa, la archiconocida BBC, nos entrega un número excepcionalmente alto de buenas producciones al año, y muchos nos sorprendemos; es, de nuevo, la ceguera. La división televisiva de la BBC, con esos cuatro canales, cada uno dirigido a un público específico, nos ha entregado a lo largo de los años auténticas series de culto, como son Doctor Who, Orphan Black, Sherlock o esta Peaky Blinders, a la cual no se le da todo el protagonismo que se merece.
Steven Knight es un nombre que está empezando a calar entre los seriéfilos y cinéfilos, pero ya se ganó la atención del mundo pues suyo es el guión de Promesas del Este (Eastern Promises, David Cronenberg, 2007), y Locke (id, Steven Knight, 2014), que también dirige, con un Tom Hardy colosal. Como vemos, es un autor que busca lo criminal, lo que hace avergonzarse al ciudadano de a pie, pero mientras recibe dinero bajo la mesa. Peaky Blinders es su primera serie, un duro drama mafioso inglés justo tras el final de la Primera Guerra Mundial, centrándose en la familia Shelby y su jefe, Tommy Shelby (Cillian Murphy), en sus intentos por subir en la escala social y mafiosa de Birmingham.
Con una corta temporada de 6 episodios, la ficción creada por Knight y dirigida por Otto Bathurst (Black Mirror) y Tom Harper (Misfits, This is England ’88) encuentra muy pronto una identidad propia. El director de fotografía George Steel, colaborador habitual de Harper, nos ofrece una imagen saturada, de manera que podamos palpar los colores, las texturas…; el buen diseño de producción incentiva este aspecto, y los contínuos movimientos a cámara lenta (una auténtica gozada) constituyen un auténtico prodigio. No quiero spoilear pero la pelea del segundo episodio es un buen hacer de montaje, filmación y fotografía muy difícil de conseguir. Aunque todos estos aspectos diferencian a Peaky Blinders de otras ficciones de temática parecida, es su guión la auténtica columna de la producción: serio, oscuro, y muy muy adictivo. Knight introduce cuantiosas escenas a cámara lenta, como ya he mencionado, mientras resuenan canciones y creaciones de Nick Cave, The White Stripes, The Black Keys (o de Dan Auerbach en solitario), e incluso los Arctic Monkeys. Auténtico rock británico para una serie mafiosa. ¿Quién da mas?
Knight consigue verdaderos momentos de tensión, de ira controlada, acumulada, una acción que busca explotar al final, pero liberando tensión de mientras, como pequeños temblores que avisan del gran terremoto. Es, por qué no decirlo, una serie de “hombres”, donde hombres pelean con hombres por ver quién posee el aparato reproductor más alargado y conseguir sobrevivir en un mundo que no es tal y como lo recordaban antes de partir a la guerra. No por ello Knight deja de lado a las mujeres: algunas de las tramas más interesantes las tienen en el centro, auténticas protagonistas de una serie ambientada en una época donde la mujer era poco más que un mueble de salón. El lirismo, potenciado por la cámara lenta, aunque es un recurso manido y usado hasta la médula, adquiere un especial significado en esta Peaky Blinders.
Si de Firefly decía que cada actor se amoldaba a su personaje de una forma especial, el reparto de Peaky Blinders no podría ser menos. Dando vida al protagonista y líder de los Peaky Blinders, Tommy Shelby, encontramos a un Cillian Murphy (28 Days Later, Red Eye, In Time) que ya ha demostrado que es uno de los mejores actores de su generación, pues nada más observando su filmografía nos damos cuenta de su versatilidad. Aquí construye a un gran antihéroe, un mafioso, un matón al que sin embargo deseamos que le vaya bien en la vida. Su penetrante mirada azul cielo es una ventana abierta a un alma atormentada, que se quedó en los campos cercanos al Somme. Murphy se adueña del personaje, y le otorga compostura, agresividad y determinación; se ve en cada gesto y en cada mirada: ambición es lo que ahoga al personaje, y Murphy lo capta a la perfección. Incluso su voz es diferente, más grave, más profunda, con pequeños acentos gitanos e irlandeses. Este aspecto rara vez sale a la luz a la hora de evaluar a un actor, pero que me parece tanto o más importante que el lenguaje corporal (Tom Hardy le dará la réplica a esta proeza en la segunda temporada). Aquí Murphy tiene que hacer frente a un actor de la talla de Sam Neill (Jurassic Park, Bicentennial Man, Event Horizon), veterano curtido en mil batallas, que también modificó su registro vocal para amoldarse al acento, que le impone al personaje ese aura de fiereza y patetismo que el guión tanto exige. Completa el trío Helen McCrory (Harry Potter, Skyfall, Hugo), que despliega un conjunto de miradas que ya gustarían muchas compañeras de profesión.
En definitiva, Peaky Blinders es un auténtico prodigio televisivo, de larga duración y gran perfección, que no resbala por el lodo que cubre las calles de una Birmingham que oculta muchos secretos, y que algunos saltarán por los aires en una segunda temporada de auténtico sobresaliente. Pero esa es otra historia.