Tras el penúltimo capítulo de la cuarta temporada, The Walking Dead enfila el final y nosotros, los fans, estamos ansiosos por saber qué sucederá, pero también cómo sucederá, que suele ser casi lo más interesante de la serie. Ya comprobamos que a Robert Kirkman y Frank Darabont no les tiembla la mano a la hora de mostrar en pantalla las imágenes más impactantes, duras y sorprendentes, y esto mismo lo volvieron a demostrar en los dos últimos episodios.
The Walking Dead, como ya he comentado en algún momento, es una serie que, al igual que Game of Thrones, no ha tenido a una crítica importante como respaldo, pero a cambio sí ha tenido a una horda de fans que no han dudado en acompañar a la serie desde sus inicios. Este nutrido grupo no se equivoca, y The Walking Dead demuestra en cada capítulo el porqué de su popularidad y regala a cada uno de sus fans momentos de televisión impagables.
The Walking Dead es más que una serie de zombis, igual que Game of Thrones es más que una adaptación de un libro, The Sopranos más que una serie de mafiosos con referencias a The Godfather y True Detective más que un suculento thriller oscuro y psicológico. Todas estas series (no es casualidad que todas provengan de la HBO) tienen en común que demuestran su inmensa calidad trabajando un entramado narrativo de arriba a abajo, sin lagunas, y que se va conformando a lo largo de sus interesantísimas temporadas.
La narrativa de estas grandes series necesitan de cada uno de sus capítulos para armarse como producto final, de ahí que algunos no comprendieran y soportaran la lentitud del inicio de una obra maestra como True Detective, y de ahí también que algunos continúen pensando que en The Walking Dead nunca ocurre nada. La serie de Kirkman y Darabont ha ido demostrando en sus cuatro temporadas que cada episodio contaba de la misma forma para armar un obra completa, única y sin desajustes.
Esta cuarta temporada que toca a su fin ha resultado ser un caso especial debido a los acontecimientos que tenían lugar al final de la primera parte de la temporada actual. Sin entrar en muchos detalles (siempre detesto desvelar el argumento a aquellos que no la hayan visto aún) el grupo que se había formado durante el inicio de esta última temporada se resquebrajaba. Este hecho lo ha aprovechado la serie de manera magistral, y le ha permitido a The Walking Dead explayarse en cada personaje y presentarlos como nunca antes los habíamos visto.
De esta forma, hemos comprobado como cada episodio focalizaba en un grupo concreto de protagonistas y otorgaba ,durante los poco más de 40 minutos que dura cada episodio, la atención que cada uno de ellos merece. Los hemos conocido mejor: desde sus debilidades y miedos hasta sus deseos más íntimos. Y esta fórmula televisiva, por la que ha optado The Walking Dead, ha tenido su momento de máxima tensión y disfrute en los dos últimos episodios a los que hemos asistido todos con la boca abierta. Si la división del grupo parecía haber escindido de toda acción a la serie, los dos últimos episodios demuestran que estos capítulos descriptivos y pensativos eran necesarios para crear las situaciones que hemos vivido con el corazón en un puño.
Ahora sólo queda comprobar como resuelven el desenlace final, que seguro que desencadenará en los fans una ganas terribles de más The Walking Dead en todas sus versiones: el The Walking Dead lento, argumental, novelesco; y el The Walking Dead sorprendente, cruel, intenso. Todo para crear un producto que es más que una serie de zombis y que no necesita de un apoyo de la crítica ni de premios para continuar ofreciéndonos momentos inolvidables delante de la pantalla. Larga vida a The Walking Dead.