Todos aquellos niños y adolescentes que crecieron de la mano del mago más famoso del mundo (con el perdón de Merlín que ya tuvo su momento), Harry Potter, tienen la oportunidad de seguir el camino de la literatura fantástica con Patrick Rothfuss. Crónica del asesino de reyes, la trilogía que cuenta la historia de Kvothe, es el paso a la madurez literaria sin abandonar ese terreno lleno de dragones, demonios y magia. Porque una de las cosas importantes de este libro está en el depurado estilo del autor que nos regala grandes momentos literarios (casi poéticos).
El arranque puede ser un poco flojo. Es como llegar a un sitio donde se habla un idioma distinto y las costumbres nos parecen extrañas. Entramos a la posada Roca de Guía, nos hacemos de una acogedora esquina cerca del fuego y, cuando menos lo esperamos, Kote, el posadero, nos tiene ya bajo el embrujo de su historia. El local es sólo una máscara, aunque quizá sea más una prisión. Estamos ante un hombre del que se cuentan muchas historias, pero esta, la que escuchamos de su boca, es la que encierra la esencia de su nombre. Su madre le había enseñado una importante diferencia en la vida: “La diferencia consiste en decirle algo a una persona y decir algo sobre una persona. Lo primero puede ser una grosería, pero lo segundo es, siempre, un chisme”. La tendencia general a hacer lo segundo puede ser un arma poderosa para cualquiera.
Desde su infancia abruptamente interrumpida hasta los primeros pasos en la Universidad, El nombre del viento cuenta una historia vertebrada por la importancia de la palabra. Detrás hay un sinfín de referencias: el mito de la lengua adánica, la magia sustentada en el conocimiento del nombre de las cosas, el famoso arte de la memoria, discusiones en torno al lenguaje de origen medieval, la concepción prefreudiana de lo inconsciente… Una exquisita mezcla que da consistencia a una historia llena de magos (protocientíficos), artistas, demonios, infortunios y demás elementos de todo buen relato fantástico. En otras palabras, la extraordinaria historia de Kvothe tiene un notable armazón teórico que el lector puede disfrutar sin darse cuenta de su existencia. Algo que no es sencillo de lograr, por lo que hay que quitarse el sombrero ante Rothfuss.
De este robusto tronco de la historia se desprenden maravillosas reflexiones que tocan toda la diversidad de situaciones humanas. Un grupo itinerante de artistas nos van ofreciendo todo el colorido de las creencias y tradiciones de estas tierras, la ciudad nos ofrece una dosis de crudeza (el territorio de la ley es justo donde la ley se vuelve más caprichosa) y el rígido funcionamiento de la más grande institución académica muestra las fisuras de los templos del saber. El héroe de la historia va recorriendo los escenarios desarrollando su personalidad y su genio innato. Un personaje realmente entrañable que se ve acompañado de escenarios y compañeros igualmente relucientes. No hay rincón ni elemento que desentone en una obra (ópera) en donde la música tiene también un lugar importante, y es que casi podemos escuchar a Kvothe tocar su laúd que, como no podía ser de otra manera, es una extensión de su palabra.
Un texto plagado de pequeñas perlas. “El poder está bien, y la estupidez es, por lo general, inofensiva. Pero el poder y la estupidez juntos son peligrosos”, le dicen al protagonista cuando es todavía un niño. “Hasta el mejor de los perros muerde cuando se cansa de que lo maltraten”, se cuenta en el contexto de una historia muy antigua. “Los huesos sueldan. El arrepentimiento perdura para siempre”, dice Kvothe recordando lo duro de su infancia en Tarbean. “La música es una amante orgullosa y temperamental. Si le dedicas el tiempo y la atención que se merece, es toda tuya. Pero si la desairas, llegará un día en que la llamarás y ella no contestará”, reflexiona el virtuoso del laúd. Ante cada situación, ante cada tema, se nos regalan estos momentos que pueden acompañarte durante días. Ideas a las que se les pueden dar vueltas y vueltas disfrutando mientras se descubren los matices.
El único punto flaco está en la relación con la Dulcinea de la historia. Kvothe podrá ser brillante en la música y en los estudios, pero su habilidad en el trato con las mujeres es paupérrimo. Quizá sea que el género del libro no se lleva bien con un cierto grado de erotismo o que el momento vital del protagonista todavía no permite abordar este espacio de la existencia, pero resulta extraño que un escritor con una pluma tan educada, capaz de hacer música con palabras, parezca tener miedo de entrar en la faceta erótica del amor. Se contenta, entonces, con una descripción casi platónica de Denna, el amor imposible del héroe. Pero no nos adelantemos, que este es sólo el primer tomo de la trilogía. Ya he comenzado el segundo, El temor de un hombre sabio, pero demoraré la lectura hasta que no se vea cerca la aparición del tercero. Por lo pronto no puedo sino recomendar este libro que, sin duda, dará mucho de qué hablar en los años venideros.