Hace ya más de una década que estamos inmersos en la tercera edad dorada de las series de televisión, una expresión con la que normalmente nos referimos para hablar de ficción norteamericana aunque el fenómeno se ha extendido por todos los países con una industria fuerte, o casi, puesto que España se ha quedado rezagada del resto porque no ha sabido modernizar sus series al mismo ritmo, pero poco a poco parece que ésto empieza a cambiar.
Series españolas buenas siempre ha habido, pero han sido un oasis desde los 90 hasta la actualidad, cuando se empezó a menospreciar la inteligencia del espectador con el fin de agradar a un público mayoritario, de todas las franjas de edad y de toda condición social, por lo que involucionamos a la comedia familiar costumbrista que tanto nos costó dejar atrás en el cine. Desde entonces, han aparecido series que han dado tímidos pasos adelante, cuyas huellas han sido borradas por una crisis que ha reducido bajo mínimos la inversión en nuevas ficciones y las pocas que había, por supuesto, tenían que ser éxitos seguros, por lo que el riesgo no fue una opción.
De entre todas las productoras que apostaron por subir el listón de calidad de nuestra ficción, hay que destacar a Bambú, que empezó dando un paso adelante en el apartado técnico, creando producciones con un envoltorio mucho más vendible. Véase como prueba Gran Reserva, Gran Hotel o Velvet entre otras. También los guiones se fueron haciendo más atractivos y con menos distracciones, que han sido marca de la casa de la ficción española, véase los diálogos absurdos de El Barco por ejemplo. Todas estas marcan una evolución necesaria, pero han sido una mera transición para lo que está llegando ahora.
Esta primavera se han estrenado varias series de un gran valor seriéfilo. Primero fue la miniserie Víctor Ros, que obtuvo muy buenas críticas a pesar de sus célebres cromas y que nos presentó una historia muy interesante, muy bien contada e interpretada con algunos matices. Fue una lástima la decisión de TVE de no renovarla. Después llegó Bajo Sospecha, un thriller de Bambú muy bien ejecutado, como siempre, pero esta vez con un ritmo vertiginoso, mejor música y buenas interpretaciones, pero lo más destacable es un guión impredecible con buenos diálogos y una buena construcción de personajes. Pero con El Ministerio del Tiempo se han roto todos los moldes, creada por los hermanos Olivares, ha demostrado que se puede hacer televisión de género fantástico y además llenarla de gags tronchantes, líneas de diálogo absolutamente geniales y unos personajes a cuál mejor. Por supuesto, sírvase ya como superado, una calidad técnica superior. Si el presente parece un camino de rosas, el futuro pinta aún mejor. Tenemos pendiente de estreno en laSexta la coproducción entre BBC y Atresmedia Refugiados, protagonizada por Natalia Tena y que supondrá una nueva incursión en la ciencia ficción con la garantía de la televisión pública británica.
Por si fuera poco, Movistar está empezando a apostar por la producción propia y sus dos primeros proyectos no pueden pintar mejor, pues han contratado a Alberto Rodríguez, director de moda y triunfador en los Goya con La Isla Mínima, que desarrollará un drama ambientado en la Sevilla del siglo XVI. También se ha anunciado la incorporación de David Trueba, quien tiene entre manos una serie sobre parejas de diferentes edades. Con ésto, la televisión de pago española podría empezar a tener cierta continuidad, después de que Canal+ produjera Crematorio y Qué Fue de Jorge Sanz o recientemente Comedy Central con El Fin de La Comedia. Todas ellas brillantes pero que no han tenido relevo, cosa que esperamos que ahora se consiga de la mano del gigante de las telecomunicaciones.
Todas estas propuestas abren un panorama muy diferente en la ficción española, uno en el que las series de calidad se vayan imponiendo poco a poco a lo de siempre, tratando al espectador como personas inteligentes y relativamente cultas, puesto que éste es el público que les interesa a las cadenas, el que compra los productos con mayor valor añadido. A pesar de todo, ninguna de estas series son minoritarias, puesto que son capaces de coexistir sin ningún problema porque el público español quiere series, como demuestran los ocho o nueve millones de personas que eligen la oferta de ficción sobre cualquier otra. Y estos datos serán mejores cuando se empiece a medir los visionados en Internet de una forma correcta.