La semana pasada terminó una de las series con las que más he disfrutado en los últimos años, True Blood, una serie que molaba como pocas y cuyo postureo es ya parte de la historia de la televisión. El problema es que dejó de molar tanto y sus tramas se volvieron más bien aburrida. Eso sí, no lo suficiente como para abandonarla, algo que me cuesta horrores, por cierto.
True Blood era una serie de vampiros (y otros seres) con unos diálogos inteligentísimos, sarcásticos y con mucho que leer entre líneas. Cada cita podía encerrar una crítica social en un entorno tan especial (usemos esta palabra) como es Luisiana y su gente. Ver cómo se integraban en la sociedad, cómo eran discriminados por ser diferentes o cómo debatían en televisión era de lo más divertido que se podía ver en televisión. Una serie con humor, sangre y sexo, qué más le podíamos pedir.
Le hubiéramos pedido que no hubieran estirado el chicle hasta una séptima temporada, y una vez hecho, podrían habernos dado un poco más de diálogos inteligentes y una acción con más coherencia, más estilo HBO. Las dos últimas temporadas son el perfecto ejemplo de cómo una historia atractiva se va de las manos. Tramas surrealistas (en el mal sentido) y personajes importantes muertos o con sus líneas argumentales inacabadas o mal acabadas. Una fórmula que parecía inagotable cuando True Blood daba sus primeros pasos. Tras ver cómo la sexta temporada se convertía en un fiasco, nuestros temores de que se convirtiera en una cosa horrorosa como el final de Dexter era una posibilidad cada vez más cercana. Pero no, no fue para tanto.
El último capítulo (y toda la temporada) se ve por inercia, como el que se levanta todos los días para ir a trabajar, sin sentir que te estás despidiendo de una serie que vas a echar de menos. Me parece muy triste ver un final sin emoción, sin ese cosquilleo que uno tenía hace un año cuando Breaking Bad echó el cierre. El final de True Blood no lo ves cogiendo de la mano a tu pareja, no lo ves de pie, no aplaudes al final. Y eso es lo peor de todo. Bueno, lo peor es terminar queriendo apalizar a los productores ejecutivos, como en Dexter (otra vez).
Me reservo este último párrafo para romper una lanza a favor de la serie en su conjunto. Se ha dicho muchas veces que no se puede tomar en serio True Blood ya que ni es su tono ni es su pretensión. Si juzgamos este descenso de calidad como juzgamos a Breaking Bad o Game of Thrones nos estamos equivocando. Y este es uno de los factores más importantes cuando te sientas a criticarla, algo que no hay que olvidar. Su entretenimiento era soft, pero su ambiente, sus personajes, su música y su cabecera serán inolvidables. Pensaremos en ello cuando la recordemos.