Mundos paralelos: Libertad y también las cenizas

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Hemos llegado al final del viaje. Los Berglund han cerrado el ciclo haciendo lo que parece obvio: recogiendo las cenizas y aprendiendo del fuego pasado. Cerrar heridas nunca es una tarea sencilla. Se requiere mucho estómago para clavar una aguja en la piel, no importa que se hable de manera metafórica. A veces, incluso, es más difícil zurcir las heridas del alma cuya piel es infinitamente más sensible. Hora de cerrar el libro y concluir el comentario.

Final de trayecto con Libertad

Voy a comenzar proponiendo un matiz a lo que nos decía Gorka la semana pasada: la mayoría de ese 90% de parejas de mentira son más pareja de lo que ellos mismos creen. Lo que se suele entender por romanticismo es un virus empalagoso generador de las mentiras de la teoría gorkiana. La vida en pareja se sustenta en una decisión tomada siempre en libertad. Sucede con ella, por tanto, lo que con todas las demás decisiones: tiene consecuencias que no suelen gustarnos. Pero es la historia de la vida que resulta cíclica como casi todo en la naturaleza.

El movimiento final de esta sinfonía de Franzen es el perfecto ejemplo. Walter, tironeado entre sus principios morales y sus deseos, sufre por sentir que se precipita en la infidelidad. Richard, el cínico, introduce una dosis de salud mostrando lo que sólo él puede mostrar: la farsa que sostiene el matrimonio de Walter y Patty. Ojo, el matrimonio, no así su relación. Richard no tiene ataduras, es el más libre del triángulo, al menos en apariencia. Salvo por el pequeño problema de ser esclavo de sí mismo, de la imagen que se ha generado. La única persona a la que puede ser fiel es a él mismo, con lo cual pone en evidencia la trampa de quien entiende la libertad sólo en positivo, como apertura constante a la posibilidad de decir sí a lo que se presenta.

Las dificultades de la vida entre dos

Patty, por su parte, ha elegido, decidió recorrer una senda. La satisfacción no le ha acompañado, cuenta los racimos de errores con los que carga, pero eso no la hace menos libre. ¿Está obligada a quedarse con Walter? No, jamás. Decide quedarse, lo cual puede ser o no, además, un error. Pero primero es una decisión que no termina de comprender sino hasta que Richard hace explotar todo abriendo el telón de manera imprevista. Entonces es Walter el que se ve obligado a abandonar la comodidad de las reglas y los principios para jugar en el terreno de la valentía y el coraje. Su mujer y su mejor amigo lo han engañado, una linda chica que comparte sus ideales le quiere y le desea, su trabajo supone ahora más sacrificio del que estaba dispuesto a soportar… la vida le grita: ¡decide!

Echar a Patty, de nuevo, es una decisión. Si se trata de un error o no es algo que se determina después. Lo primero es moverse, entrar en acción. Pocas cosas gozan de una certeza absoluta en el terreno de lo humano, de manera que el riesgo es algo que con lo que se vive constantemente. Franzen lo sabe y anuncia el final del ciclo con la violenta irrupción de la muerte. Cuando todo parece tomar un rumbo Lalitha cae al precipicio recordándonos la fragilidad de la vida y de aquellas cosas que nos brindan certidumbre. Punto final de la desenfrenada carrera por vivir y recuperar los años pasados. Vuelve la voz de Patty, pero ya no desde el diván, sino desde una posición más serena y dispuesta a reconocer para recomponer. Es la voz de la madurez, que no es otra sino la que sabe el valor del silencio.

El frío del lago es testigo del regreso

Lo de Richard era imposible. La naturaleza del fuego es consumir hasta consumirse. ¿Quién puede pensar que una llama dure eternamente? Desde aquí los errores milenarios de la humanidad: hacer de la flama del amor una pretensión de eternidad. La metáfora es justísima: la pasión consume hasta que se consume. La pasión es la flama, pero no es todo el amor. Quedan después sus consecuencias: el calor, las marcas de las quemaduras, su aroma y también las cenizas. En el proceso de reconocimiento, en la reconstrucción del incendio, puede verse que lo que se ha decidido tiene un valor. Quizá no el valor que esperábamos, ni siquiera el valor que consideramos justo, pero sí un valor. Cuando se le mira con calma, detenimiento y se le acepta sin remilgos es cuando podemos dejar atrás el fardo del pasado y apaciguar la carrera hacia el prometedor futuro para vivir el momento como lo que es: un presente. Es entonces cuando podemos sacar cuentas de la que la libertad nos ha dejado.

Así, el ciclo puede comenzar de nuevo. La vecina entrometida nos cuenta la vida de Walter en su casa del lago. Patty se planta y vuelve al camino que había decidido recorrer. ¿Un error? No se sabe. Los Berglund están en ese 90% de parejas que lo son en un grado mayor del que ellos imaginan. Las decisiones que tomamos son como semillas extraídas de un saco sin nombre: las vamos sembrando, sabemos que las sembramos, intuimos que algo saldrá de ahí, pero no podemos tener la certeza de qué será lo cosechado. Patty y Walter parecen haber encontrado, al final, la calma necesaria para ser pareja sin las presiones del virus romántico que invade el imaginario.

La eterna lucha entre la naturaleza y la civilización

Jonathan Franzen construye una excelente crítica a la vida norteamericana adentrándose en los conflictos de una típica familia de su país. Claro que, como todo buen libro, la temática tan particular roza con situaciones propias de lo humano, es decir, con lo “universal”. Esta es la magia del texto: nos habla y toca al mismo tiempo que tiene frente a sí un horizonte muy suyo. He de decir que la apuesta del autor por arrebatar el concepto de libertad del discurso bélico en el que se gestó la obra es bastante loable. Aunque no estoy muy seguro de que, al final, logre tomar posición clara. Nos dice: ¡miren lo que se hace con la libertad en la llamada “tierra de la libertad”! Pero no hay que olvidar que la denuncia de lo que no debería ser no muta en automático en una propuesta.

No queda del todo claro, entonces, si el retorno de Patty es un retorno de lo mismo o es apertura auténtica a algo distinto. Franzen deja a sus personajes en libertad y con ello el círculo queda abierto para que cada lector lo cierre. Esto es algo sumamente válido y valioso, pero también resulta inconsistente cuando nos manejamos en el terreno político. En pocas palabras: es esta completa apertura la que hace posible que la libertad sea tan mal tratada por unos y otros. Lo que pone en evidencia una idea fundamental para nuestro tiempo con la que quiero cerrar esta edición de Mundos paralelos: la libertad, por contradictorio que parezca, requiere de límites para seguir siendo libertad. ¿Quién se atreve a ponerlos sin caer en la desmesura de la imposición tiránica?

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Archivado en Crítica, Jonathan Franzen, Libertad, Libro, Libros, Mundos paralelos, Novela, Opinión, Pasión
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