El punto de partida es el ya conocido: 30 de agosto de 1975, el último día en la vida de Nola Kellergan. La pequeña hija del pastor que nunca llegó a la cita en la habitación número 8 del Sea Side Motel desapareció en extrañas circunstancias, pero resulta todavía más extraño la forma en la que Gareth Pratt, el jefe de policía, ha llevado la investigación. Con un dedo apuntando a Harry y otro señalando en la dirección del millonario Elijah Stern y su chófer Luther Caleb.
Es precisamente este último quien se lleva cierto protagonismo en esta segunda parte: pintar a Nola desnuda ha despertado a la bestia dormida que parece haber acabado con la vida de la joven. Aunque ello implica dar una pincelada más a la multifacética personalidad de la más pequeña de los Kellergan. Los primero descubrimientos, las felaciones que podrían explicar el silencio de Pratt, llevaron a Goldman a dar una impresión imprecisa del atrevimiento de la amada de su amigo Quebert. Pero el móvil de Nola no era otro que el de proteger a su querido escritor. El amor se parece demasiado a la locura, aunque eso algo que le tiene sin cuidado a la ambición de Roy Barnaski quien no se ha tocado el corazón para dar a conocer las notas incompletas y apresuradas de Marcus.
No es de extrañar, por tanto, que Aurora haya dejado de ver con buenos ojos al escritor que busca la verdad. La liberación de Harry parece hacer pasar a segundo plano su relación, aunque quizá es que, como vemos ahora, había ya demasiadas personas al tanto de la misma. Algo que, dicho sea de paso, no deja de resultar curioso. Tantas personas enteradas de una situación inusual y todos con un motivo para guardar silencio y, además, un motivo en común: Nola. La chica que se desnuda para mantener a su amor cerca, la que convierte en criminal al jefe de policía para que no le persiga, la misma que llena de halagos a un hombre menospreciado para destruir la evidencia de su relación con Quebert. Es esta última línea la que me parece que es la menos convincente.
N-O-L-A, la querida Nola, tiene una mente compleja. Es capaz de convencer a un adulto de destruir evidencia solamente hablando de su amor, pero cuando se trata del jefe de policía se decide por medidas más drásticas. Acepta, además, realizar un desnudo ante dos hombres, ¡el amor lo puede todo en una chica de quince años! Quizá las líneas dependen demasiado del poder de convencimiento de esta chica. Aunque el único momento en que actúa de acuerdo a lo que se esperaría de alguien de su edad es con el padre de Jenny: habla de lo que siente, se sincera, enamora con su propio amor. Nola es todavía un misterio. Por otro lado, no deja de resultar curioso que en un país donde basta el menor signo de violencia en el hogar para poner en funcionamiento el mecanismo de protección infantil, el maltrato de Nola quede también en silencio.
Nos hemos ocupado de la bella, nos queda atender a la bestia. El hombre herido, el chófer de un millonario que guarda detrás de su fuerza y su apariencia un corazón sensible ante el arte. En esta segunda aproximación al caso tenemos a Luther Caleb como mayor sospechoso y uno casi confirmado. Excepto por un pequeño detalle: está muerto. Otro silencio que nos deja ante la incertidumbre. Pero sabemos que un individuo potencialmente agresivo espiaba a la pequeña Nola durante sus visitas a Harry. El mismo que encontraba en ella una musa, un motivo para el recuerdo, un pretexto para el arte. ¿Puede un alma creativa asesinar a su inspiración? Ya Gorka se planteaba esta pregunta en su valiente apuesta por desenmascarar al asesino. Lo que no cuadra en este perfil es su muerte. ¿Accidente? ¿Suicidio? Y la pregunta que atormenta tanto a Gahalowood como a Goldman: ¿por qué lo encubre Stern? Me temo que esta pregunta es la que será resuelta en la tercera parte del libro, pues la muerte del jefe Pratt nos hace saber que todavía quedan piezas sueltas en este rompecabezas.
Y mientras Dicker se divierte dando vueltas de tuerca y confundiendo al lector para mantenerlo atado al libro se da el lujo de seguir dando consejos de escritores y boxeo. Nos regala, de cuando en cuando, un guiño de su verdadero rostro. El autor deja ver su opinión, su crítica a la sociedad que describe desde dentro. Lo primero me sigue pareciendo muy pobre, mientras lo segundo llega a tener momentos interesantes. Por lo pronto no nos queda sino esperar ese paraíso de los escritores que ya se anuncia en el horizonte, pues el asesino sigue libre.
Nadie es libre, Goldman, ni siquiera los cazadores de Alaska. Y sobre todo en América, donde los buenos americanos dependen del sistema, los inuits dependen de la ayuda del Gobierno y del alcohol, y los indios son libres pero están hacinados en unos zoos para humanos llamados reservas y condenados a repetir su lamentable y sempiterna danza de la lluvia ante un grupo de turistas.
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