Raymond Carver no va a misa… enciende velas en la “Catedral”

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Reza lo que sepas. Raymond Carver es uno de los mejores escritores de relatos cortos. Amén. Un maestro. El padre del realismo sucio, el Chejov americano. O eso dicen sus admiradores. Si eres de ese tipo de lectores que mira un escaparate de una librería y solo se fija en el título y en lo que le sugiere, antes de comprar, no te molestes en sacar la cartera. “Catedral” no condensa el tufillo irreverente que despiden los relatos que componen esta obra. Esto no es “Los pilares de la tierra” de Ken Follet, ni mucho menos, aquí suenan las campanas y aparece gente normal y corriente del siglo XX. No hay construcciones al uso… no hay finales. No hay grandilocuencia. Hay sordidez.

Raymond Carver

No quería, lo prometo. No quería comparar. Las comparaciones siempre son odiosas para una de las partes. En este caso, para Raymond Carver, y su Catedral. El realismo sucio es un movimiento literario que siempre asocio al genio de Charles Bukowski, y su sombra es muy alargada. Mi religión más negra. Mi cristo con aliento a vino. El pobre Raymond, que murió de cáncer demasiado joven, se rehabilitó… y ya no tragó más… solo se dejó “aconsejar” por su editor. Más de un borrón. ¿Dónde quedó la autenticidad? No veo a nadie capaz de manipular una sola palabra de La senda del perdedor sin que Bukowski le rompiera una botella vacía en la cabeza, y después le tirara por las escaleras. Hijo de puta.

Comieron lo que pudieron. Se comieron todo el pan negro. Parecía de día a la luz de los tubos fluorescentes. Hablaron hasta que el amanecer arrojó una luz pálida por las altas ventanas, y ni se les ocurría marcharse.

Carver realismo sucio

Una pluma sobria, minimalista, frases cortas y directas a la mandíbula, sin apenas figuras retóricas, como si Eduardo Manostijeras se hubiera dado una vuelta por sus cuentos, para que descubras el bosque que las ramas no dejaban ver. Una docena de relatos pesimistas y desencantados que pretenden captar un trozo invisible de vida en este mundo absurdo. Sus personajes son gente vulgar, podría ser yo, o ese camarero al que ni siquiera has mirado cuando te ha servido el café con leche. No hay héroes. Parados y currantes que no votarían al PP, deshollinadores, parejas insatisfechas, enfermos, perdedores golpeados por la vida. Y casi todos, seguidores del dios Baco, bebedores sin medida.

Seguramente te sentirás un poco perdido al terminar las primeras historias. Experimentarás una sensación de abandono e indefensión que ya habías olvidado, como aquel día en el que te perdiste en el parque a los dos años. O a los cinco. Sentirás frío. Desconcierto. El señor de mirada intensa que sujeta el cigarrillo entre sus dedos, narra unas curiosas anécdotas en las antípodas del exotismo. Tan cotidianas… que no se cierran. Sin moraleja. Solo describe. Los relojes no se paran. Frases desnudas, sin joyas, sin anillo. Rutina. Realidad. No busques un desenlace, no busques conflictos pretenciosos. Siéntate en la cama.

Y sin embargo, son entretenidas, mantienen el misterio y la intriga. Pasas una página tras otra, porque quieres ver qué ocurrirá después… por eso no apagas la luz de la mesita de noche.

No paraba de levantarme a mirar por la ventana. Menos Betty, todos estaban en bañador. Aún llevaba el uniforme. Pero se había quitado los zapatos, tenía un vaso en la mano y bebía como los demás. Yo iba aplazando el momento de apagar la televisión. Entonces uno de ellos gritó algo, y otro respondió y se echó a reír. Miré y vi a Holits terminar la copa. Puso el vaso en el suelo. Luego se dirigió a la caseta. Arrastró una mesa y se subió a ella. Luego —pareció hacerlo sin ningún esfuerzo— se encaramó al techo de la caseta. Es cierto, pensé; es fuerte. El melenudo aplaudió, como si fuese un partidario entusiasta de Holits. Los demás le aclamaron. Sabía que tenía que salir a poner fin a todo aquello.

Una prueba más de su estilo lacónico y de su extraordinaria capacidad para observar. Ser tan directo y minimalista puede gustar mucho… o nada. Igual que sus tramas, historias casi marginales, que remueven las tripas. Yo ahí no me meto. Me parece un tipo muy interesante, muy inteligente, imaginativo, aunque no ha entrado al Olimpo de mis escritores favoritos. Eso sí, es indiscutible que aquí hay literatura, hay magia, y claro, entre doce relatos, cada uno tendrá sus preferidos. Yo me quedo con Parece una tontería, Fiebre, La casa de Chef, La brida, y el último, Catedral.

Escritor

Raymond Carver no va a misa… no creo que sea un icono que América “no podría darse el lujo de perder”, como aseguró Richar Gottlieb, entonces editor de New Yorker. Es un maestro consagrado del relato corto. De acuerdo. Enciende velas en la Catedral, hay muchas luces. Me ha gustado. Mucho. Pero si lo comparamos con Bukowski… es lánguido. Demasiado seco. Poco humor. Arderé en una hoguera, lo sé.

Archivado en Catedral, Crítica, Libro, Opinión, Raymond Carver, Realismo sucio
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