Tras una primera temporada notable, muy unida a la serie original, tenía muchas expectativas con la segunda entrega de The Bridge. Su doble perspectiva a la hora de hacer frente a un mismo crimen, la química de los protagonistas y la vertiente social provocada por una frontera con tantas desigualdades entre sus lados fueron los principales puntos fuertes del drama de FX, y esperábamos que este año, sobre todo tras el largo epílogo del pasado, profundizara en todas esas taras sociales de Estados Unidos y de México, sobre todo.
No es que The Bridge me pareciera lo mejor que había visto en mi vida pero desde el principio me llamó mucho la atención su forma de abordar los problemas fronterizos, sobre todo el narcotráfico, la inmigración ilegal y la violencia endémica de Ciudad Juárez. Lo hacía desde una perspectiva objetiva y no desde un punto de vista americanista. Todo esto sirvió como telón de fondo que aportó un valor añadido a un correcto policiaco. Lo que yo esperaba (a lo mejor es mi culpa) es que todo lo social fuera el objeto de materia principal para la segunda temporada. Poner el foco en historias pequeñas y afrontar los problemas que otros no tienen en cuenta.
Por supuesto, todo eso sigue estando en el trasfondo de la serie, pero sus creadores no han querido dar el paso adelante necesario. Y digo no han querido porque no me parece una cuestión de poder, puesto que las bases ya estaban bien asentadas para hacerlo pero se ha preferido apuntar demasiado alto demasiado pronto. No digo que acusar a la CIA de sacar tajada del narcotráfico no sea atrevido ni necesario, pero centrarse en lo pequeño hubiera sido más acertado para una serie pequeña. Al fin y cabo The Bridge no es Homeland. Y más aún cuando quedaron algunas tramas abiertas como la desaparición de la hermana de Adriana o el túnel que tenía Charlotte en su propiedad, que podría haber dado más de sí. También me ha parecido demasiado simple la trama de Linder, que se centra exclusivamente en buscar venganza cuando su papel de salvador de mujeres podría haber sido más explotado. Por el contrario, los guionistas han puesto sus esfuerzos en desmantelar la cúpula del narcotráfico y señalar a las grandes empresas multinacionales de colaboracionismo con los cárteles de la droga. Y, en mi opinión, eso es empezar la casa por el tejado.
Tampoco ha sabido The Bridge sacar partido a sus grandes personajes. La solvencia de ambos protagonistas es muy efectiva cuando están juntos, pero en esta segunda temporada han estado demasiado tiempo resolviendo tramas por separado. Se queda a medias también con la pareja de periodistas Adriana y Daniel, aunque han tenido sus buenos momentos. Al otro lado, en los antagonistas, destacamos la irrupción de Eleanor Natch (Franka Potente), que prometió más en los primeros capítulos de lo que fue capaz de ofrecer en la segunda mitad. También estuvieron bien un puñado de secundarios como César, Monte o Sebastián Cerisola (Bruno Bichir). Pero el que me ha conquistado ha sido, sin lugar a dudas, el gran Fausto Galván (Ramón Franco) que ha sido capaz de combinar en un personaje toda la maldad y violencia propia de un asesino degenerado y la comicidad que no se le supone a un narco. Todo ello juntado en una cara tan expresiva me ha resultado de los más sorprendente.
A pesar de algunos destellos de genialidad, de algún que otro capítulo muy bueno, la segunda temporada de The Bridge me ha decepcionado, lo cual parecía difícil de conseguir porque me tenían ganado por completo, pero su progresivo alejamiento del drama social y demasiada altura de miras, han terminado por convertir un producto especial en un serie policiaca correcta, sin más.