Hace unas semanas, atribuía a Homeland su resurgimiento de una temporada con altibajos, gracias a un episodio (el décimo de la tercera temporada) que desprendía un aroma conocido: el aroma de temporadas anteriores. Pues bien, no es que Masters of Sex haya conseguido todo su éxito en un único episodio (el último de la primera temporada) sino que este final de temporada sirve para confirmar la madurez que ha adquirido esta serie. Hoy pongo ante vosotros la que ha sido una de las mejores series de este año 2013.
Ya tuve la oportunidad de analizar Masters of Sex en Atlas Cultural. Creí oportuno realizar el artículo de una forma más superficial, por dos motivos: primero, la serie tan sólo había emitido cinco o seis de sus doce episodios; y segundo, y justamente por ser la primera temporada, era necesario mantener las distancias y no soltar las campanas al vuelo (aunque alguna se me escapó). Aún así, y dejé constancia de ello, Masters of Sex ya proyectaba una luz distinta, un algo que era fruto de la mezcla de calidad, sensatez, falta de pretenciosidad (ya está Mad Men para ello) y buenas interpretaciones. Ese algo inicial, tras el último episodio, ya tiene nombre: madurez.
Porque el final que ha tenido Masters of Sex no sólo mantiene un equilibrio exquisito conservado durante toda la temporada, sino que la levanta varios escalones y la sitúa entre gigantes. El seguidor de la ficción televisiva suele mostrar una doble cara ante el inicio de una serie: por un lado, no puede esconder la ilusión por encontrar esa joya entre tantos pasatiempos; por otro, es reticente a situarla entre las grandes series, esas que todos tenemos en mente. El final de temporada de Masters of Sex es una bofetada a la cara más escéptica del espectador.
Crear una serie ambientada en los años 60 con un universo caracterizado en consonancia con la época, presentar un elenco de personajes tan ricos narrativamente y situar la gran mayoría de la acción entre las cuatro paredes de habitaciones pequeñas con máquinas de escribir y secretarias tiene su riesgo. A todos nos viene a la cabeza Mad Men, es inevitable. Masters of Sex ni afirma ni desmiente el parecido: lo difumina. Y la estrategia que realiza la serie para poder quitarnos de la cabeza la obra de Matthew Weiner es muy sencilla e inédita: trabajar de arriba abajo el entramado narrativo del universo que ficcionaliza.
Esta misma estrategia la puso en práctica Homeland y le funcionó magistralmente durante dos emocionantes temporadas. Masters of Sex graba su nombre a fuego en todas las paredes del mundo que han creado. Nos deja unos minutos para pensar en el parecido con las famosas oficinas de Mad Men y comienza a maniobrar una trama que alcanza su punto álgido en su último episodio. Un episodio que no se plantea como el colofón final donde se pone toda la carne en el asador, sino que sigue la misma línea trazada capítulo a capítulo.
Porque en Masters of Sex cada episodio cuenta, todo tiene un sentido, cada uno de los personajes piensa y actúa por un determinado objetivo narrativo y en pos de la coherencia. Si el último episodio ha demostrado algo, aparte de la madurez consumada, es que Masters of Sex es una serie completa.
¿Y los personajes? Parece increíble haber llegado hasta aquí sin haber mencionado a los protagonistas de Masters of Sex, pero tiene una explicación: hablar de la serie en general es hablar de Bill, Virginia, Libby, Margaret, Ethan y Lilliam en particular. Cada aportación individual sirve para crear un producto coral y de calidad como es Masters of Sex. Homeland sin Carrie y Brody no es solo que no funcionara, es que no interesaba. Masters of Sex también tiene a una pareja de protagonistas que atraen mucha de la atención, pero a diferencia de Homeland, los secundarios ya han sido perfilados de tal manera que la bifurcación entre secundarios y protagonistas (aún habiéndola) parece difuminarse.
Masters of Sex ha conseguido, además de deshacerse de la etiqueta de “esto se parece a Mad Men”, convertirse en una serie que camina entre gigantes y lo hace por méritos propios. El universo que nos han regalado nos interesa y disfrutamos viviendo en él. Bill y Virginia (la gran olvidada de la lanzadera publicitaria que son los Globos de Oro) conforman una pareja tan dispar y real que parecen salir de la pantalla. Y no están solos: entre todo el elenco de actores de la serie, sobresale el personaje de Margaret (Allison Janney), el vivo ejemplo de la ascensión de Masters of Sex. La mujer del director del hospital se ha independizado narrativamente y demuestra el rico y amplio abanico de actores del que disfruta la serie de Showtime.
Y no sólo el personaje de Margaret adquiere un interesante protagonismo. Masters of Sex no se concibe como un aglomerado de personajes que se sitúan al fondo de la narración para aparentar vida: Masters of Sex es vida. A lo largo de la temporada, Bill y Virginia han compartido equilibradamente el primer plano con todos los personajes principales de la serie: con Libby (la mujer de Bill) a la cabeza, la polivalencia de Jane, el falso estereotipo que es Lilliam y las dos caras de Ethan.
Masters of Sex ya no necesita gritar la palabra sexo a los cuatro vientos para que todo el mundo se gire y se fije en ella; ya no necesita que la comparen con Mad Men para que interese a un público mayoritario; Masters of Sex ya puede caminar sola y lo hace desde lo más alto y con un equilibrio y una clase que pocas series pueden presumir de tener.