No me parece conveniente reducir la serie a una escueta y fría sinopsis, prefiero focalizar mi opinión en desmenuzarla interiormente: no se atrae al espectador tanto por lo que vas a contar, sino por cómo vas a ejecutar una trama, que, normalmente, ya nos han contado infinidad de veces. Y en este aspecto es donde Masters of Sex (Showtime, 2013) despliega todo su potencial.
De esta forma uno se acerca a (la tan recurrida) The Sopranos, no porque nos vayan a deleitar con una original proyección del universo del hampa (que también), sino porque entre los personajes se alza Tony, quien se gana el pan (y la mansión) con prácticas mafiosas, pero que al mismo tiempo va al psicólogo porque se obsesiona por unos patos que un día decidieron dejar la piscina de su jardín.
Tampoco esperamos cada episodio de Mad Men para adentrarnos en el mundo de la publicidad de los años 60. No. Lo vemos porque Don Draper nos atrapa, como si fuéramos una de sus azafatas lejos de su hogar o amas de casa aburridas. Y entre una trama que parece no avanzar nunca y unas oficinas excesivamente organizadas y limpias, uno se encuentra en el dilema de decidir si odiar o amar a Don, dilema que suelen tener todos los personajes de la serie.
Y de repente se nos presenta una serie con un título tan explícito como engañoso, y nos acercamos con curiosidad por ver cómo han tratado ahora un tema tan cotidiano, pero que sigue siendo tabú, como es el sexo. Pero no tardaremos en comprobar que no nos quedaremos en su mundo (un mundo que inevitablemente recuerdo al espacio de Mad Men) únicamente por una fugaz curiosidad.
Masters of Sex ejecuta la idea de una manera limpia y exquisita. Desde el episodio piloto pone las cartas sobre la mesa y boca arriba, sin arrugarse. Exponía lo engañoso del título por la capacidad de atracción que puede captar sin dar a conocer nada sobre la serie. Como cualquier proyecto que lleva el nombre de Spielberg o de Apple. Pero una vez que grita a los cuatro vientos la palabra sexo y consigue que todo el mundo se gire, desenvuelve una narrativa brillantemente resuelta, con insultante sencillez.
Conoceremos al Doctor Masters que al más puro estilo Don Draper (es imposible no compararla con la obra maestra de AMC) aprovechará los momentos en que el foco le apunta para brillar con una fuerza sin igual. William “Dos Caras” Masters (Michael Sheen) llevará al espectador de la mano a su propio desequilibrio y conflicto entre su vida profesional y personal.
En cada uno de los dos lados, excelentemente bien diferenciados y conjugados, le acompañarán dos personajes femeninos: Virginia Johnson (Lizzy Caplan) y Libby Masters (Caitlin FItzgerald) –y sí, recuerda a Betty Draper-. Ambas lucharán con sus armas con el objetivo de que cada uno de sus lados (el profesional y el personal del Doctor Masters) luzcan por igual. Y lo consiguen de tal forma que la trama avanza de la mano del conflicto interior de Masters.
Os invito, pues, a que no temáis en adentraros en el conflicto del audaz y enigmático Doctor Masters. Seguid la investigación científica acerca del sexo, conoced a los nuevos voluntarios que se presentan para cada prueba, preguntaros el por qué del comportamiento de cada personaje, odiadlos o amadlos. En definitiva, cuestionaros su realidad. Pues esto es lo que, una joya entre montones de pasatiempos, consigue.
Estoy deseando verla. Me han hablado de ella y creo que tiene que estar muy bien. Buen artículo.
Gracias, Miguel! Te recomiendo mucho esta serie. No defrauda. De hecho voy a ver el capítulo octavo ahora mismo 🙂
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