Comentaba el otro día por Twitter, opinando sobre el final de My Mad Fat Diary, que es muy difícil para una serie (se entiende que para sus creadores y guionistas) igualar o incluso superar lo conseguido en una temporada previa, máxime si es la primera. A My Mad Fat Diary le pesaba su primera temporada, una genialidad auténtica, tremendamente adictiva y brillantemente planteada, un grito de sinceridad y un llanto de amargura a partes iguales, y su segunda tanda de episodios suponía un bajón, si bien no importante, sí considerable. A menudo no nos paramos a pensar lo difícil que es que todas las piezas del engranaje encajen y funcionen de una forma que podamos llamar “genial”, y lo damos por supuesto cuando observamos una ficción de calidad; My Mad Fat Diary sería el ejemplo perfecto de que mantener la excelencia es difícil; y Peaky Blinders de que es posible no sólo mantenerla, sino superarla.
La segunda temporada de esta ficción de la BBC nos llegó en octubre del difunto año 2014, constando, nuevamente, de seis episodios, elaborados por su creador, Steven Knight. Dos años después de lo acontecido al final de la primera temporada, nos encontramos con una familia Shelby total y completamente organizada y jerarquizada, con vistas a expandirse de su Birmingham natal a Londres. Por supuesto, este será el eje de la temporada y de todos los problemas que sucederán.
Las pautas marcadas en la primera temporada se mantienen con fuerza, con una excelente ambientación, una fotografía saturada, y una historia que a ritmo de rock británico avanza imparable. Colm McCarthy (Sherlock) dirige los seis episodios, que están totalmente a la altura de sus antecesores, en especial en las escenas pausadas, donde el auténtico talento del reparto sale a flote. Knight, a quien se le preguntó si se veía influido por una serie de temática similar como es Boardwalk Empire y que respondió con gran elocuencia (“no veo deliberadamente ficciones similares; cuando se compara lo hecho a otros trabajos existentes se afecta a lo que se hace, inevitablemente”), da un pequeño giro y sacrifica el tener una visión más global del conjunto en pos de desarrollar a Tommy Shelby; así, si en la anterior temporada teníamos a un par de personajes que entretejían su propia historia o bien se entrelazaban con la central, aquí tenemos un sólo hilo conductor (la expansión a Londres), con más o menos personajes, pero todos unidos a ella. Sólo se rompe esta tónica cuando Knight introduce (muy con calzador, en mi opinión), un romance (más tarde doble) imposible para Tommy.
Con respecto al reparto, sólo hay que aplaudir el trabajo que se realiza desde casting para mantener no sólo el nivel de la anterior temporada, sino superarlo. Los actores están enchufadísimos, en especial el trío protagonista, donde Cillian Murphy se merienda de nuevo el show; es especialmente llamativo puesto que su personaje baja a los infiernos (personales y empresariales) y busca salir de ellos, salir a flote, dejando a vuestra elección ver si lo consigue o no. Enfrente sigue Sam Neill, si bien su personaje se torna algo más secundario, sigue manteniendo ese aura de peligro, eliminando el patetismo. Su evolución y su situación, tanto sentimental como vital, a final de temporada es un gran logro tanto de Knight por idearlo como de Neill por plasmarlo. La gran incorporación de esta temporada, más por nombre que por participación, pues es en un rol secundario, es la de Tom Hardy (Warrior, Inception, Mad Max: Fury Road), dando vida a un líder criminal judío de Londres. La magia que consigue con su voz, sus gestos de animal encerrado, su figura encorvada pero poderosa, y los destellos de ira y contención que deja entrever (genial su escena con el trozo de metal), hacen de Hardy una incorporación de diez. Estad muy atentos a sus escenas junto a Murphy, porque es un auténtico duelo interpretativo.
En definitiva, la segunda temporada de Peaky Blinders mantiene el nivel altísimo de la primera, expande su trama, desarrolla los personajes presentados en su primera tanda de episodios y nos devuelve una ficción en forma, ideal para dejarse llevar en los menesteres de la familia Shelby.